1938 La Contrarevolución en España [Louzon]
Primera publicación en Internet sobre somnisllibertaris.com con un prólogo y notas (2005). Robert Louzon era el principal animador de la revista sindicalista francesa La Révolution prolétarienne, fundada por Pierre Monatte en 1925.
INTRODUCCIÓN
EL 24 de febrero de 1848 el pueblo de París era dueño de la ciudad; había vencido al ejército regular, tenía las armas, era la fuerza.
El gobierno burgués nacido de la revolución popular no podía intentar oponerse a esa fuerza; estaba obligado, por lo menos, a pactar con el pueblo: con los hombres del pueblo; el socialista Luis Blanc y el « obrero » Albert fueron admitidos a formar parte del gobierno.
Desde ese momento la burguesía republicana sólo está dominada por un pensamiento: someter a la fuerza obrera que se vió en la obligación de sufrir. Para alcanzar este fin necesita tener una fuerza propia; crea, entonces, la guardia móvil, guardia mercenaria que paga espléndidamente, compuesta por holgazanes que no tienen voluntad de trabajar o no saben y que pululan siempre en las grandes ciudades.
Hecho esto se siente con fuerzas para enfrentar a los obreros parisienses. En los primeros días de mayo tienen lugar las primeras provocaciones: Luis Blanc, Albert, todos los partidarios de la « República Social », los que sirvieron de escudo a la burguesía mientras ésta se vió privada de fuerzas, fueron alejados del gobierno — a los delegados del pueblo se les impide el acceso a la Cámara— y el gobierno proclama que « sabrá mantener con vigor la amenazada tranquilidad ».
Estas medidas obtienen el fin deseado.
El 15 de mayo el pueblo de París responde haciendo sentir su fuerza en la Cámara, invadiéndola y declarando disuelta la asamblea. Un nuevo gobierno, un gobierno obrero es proclamado y constituído en el Hotel de Ville.
Pero el gobierno hace un llamado a los pretorianos. La guardia móvil, sostenida por los más decididos entre los guardias nacionales de los barrios burgueses, rodea el Hotel de Ville. Las dos fuerzas se encuentran frente a frente. ¿Habrá lucha? No. Solamente algún disparo de fusil y luego los obreros, sin oponer más resistencia abandonan el Hotel de Ville y el gobierno burgués vuelve a ser dueño de la situación.
Albert, Barbés, Raspail, Blanqui, etc., son arrestados de inmediato. La contra-revolución burguesa se inicia. Debía tener su epílogo al siguiente mes en las terribles « jornadas de junio ». Como consecuencia de una provocación, la disolución de los talleres nacionales, los obreros parisienses se rebelan nuevamente y esta vez hay entre los trabajadores sublevados y la guardia móvil una lucha encarnizada, una lucha a muerte en la que perecen 10.000 obreros y termina con la derrota del proletariado.
El recuerdo del 15, de mayo parisiense acude a la memoria ante las jornadas barcelonesas del 4, 5 y 6 de mayo pasado.
PUNTOS DE SEMEJANZA
EL 19 de julio de 1936 el pueblo de Barcelona y de Madrid derrota a los militares sublevados y se hace dueño de las armas: es la fuerza.
Es imposible oponérseles, pues, en realidad es la única fuerza armada de la España republicana. De ahí la necesidad de pactar con el pueblo. La burguesía republicana le permite, pues, organizar su poder al márgen y a la sombra de las viejas instituciones políticas, que de común acuerdo se conservan como figura decorativa.
Después, más tarde, la burguesía solicita la participación de los representantes obreros en su gobierno decorativo; pide, exige la entrada de Luis Blanc y los Albert en el gobierno; la entrada de los representantes de la C. N. T. en el gobierno de la Generalidad de Cataluña primero, después en el gobierno Central.
Pero al mismo tiempo, exactamente como el gobierno provisorio de 1848, los gobiernos de Madrid y Barcelona, que han tenido especial cuidado de conservar en manos de los más conservadores de sus miembros el ministerio fundamental: el de Orden Público, se rearman.
Las pocas fuerzas gubernativas que quedaron fieles a la República el 19 de julio habían sido profundamente contaminadas por el espíritu revolucionario de las jornadas en que, trabajadores y guardias de Asalto habían combatido juntos. Era, pues, necesario que el Estado « retornara en sus manos » su policía. Para ello había que separarla en todo lo posible de la clase obrera, encerrándola en sus cuarteles, volverla a uniformar, enseñarle nuevamente el paso militar y sobre todo, suscitar el mayor número posible de incidentes, en especial con los obreros de las patrullas de control. Preparación psicológica.
Luego preparación material., El número de guardias de Asalto se aumenta notablemente (en particular por el gobierno Central), y, mientras se niega a las tropas de algunos frentes las armas modernas, mientras éstas deben contentarse con poseer viejos fusiles tomados a los facciosos el 19 de julio, a los nuevos guardias de Asalto se los provee de las armas más modernas y perfeccionadas. A fines de abril estos preparativos están suficientemente completos como para que la burguesía se sienta capaz de presentar batalla: tiene ya una fuerza para oponer a la fuerza obrera.
Se inician las provocaciones.
Primero, con una circular de fines de abril la autoridad del Ministerio Catalán de Orden Público, prohíbe el control de las calles a los comités encargados de hacerlo conservar.
Tan pronto los trabajadores tiene conocimiento de esta circular toman posiciones: durante tres noches seguidas se apoderan de los puntos estratégicos de Barcelona y si ocurren desarmes, son ellos quienes desarman a las fuerzas policiales del gobierno, como sucede con 250 guardias nacionales y de Asalto.
Tales acontecimientos se desarrollan sin ruido, sin conocimiento del pueblo de la ciudad. La primer provocación falla, pues, completamente; se hace necesario encontrar otra y se recurre al atentado contra la Telefónica.
Después del 19 de julio el servicio telefónico, como los otros servicios públicos, está a cargo de los sindicatos, es decir, del sindicato de la C. N. T. y del sindicato de la U. G. T.
Como todos los demás servicios públicos, el de teléfonos funcionaba perfectamente bajo el nuevo régimen; nadie tiene porque quejarse. Por otra parte, las relaciones administrativas y de otro orden con el gobierno, son cordiales, sin incidentes, pero precisamente lo que se desea, es provocarlos y por eso mismo la provocación es tanto más indignante.
El 3 de mayo al mediodía, por orden del ministerio de Orden Público de la Generalidad, el burgués Aiguadé, representante de la Esquerra Catalana en el gobierno de Cataluña y el comunista Rodríguez Salas, comisario de Orden Público al frente de varios camiones de guardias de Asalto invaden la Central Telefónica de Barcelona, situada en el centro de la ciudad, frente a la plaza de Cataluña.
La invaden, o mejor dicho, intentan invadirla, puesto que, ocupados por sorpresa los primeros pisos, se organiza la resistencia en los pisos superiores del edificio y las fuerzas policiacas stalinistas-burguesas se ven obligados a abandonar la partida.
Pero se obtiene el efecto deseado. Toda Barcelona está en conmoción.
Es evidente que este ataque a la telefónica, la tentativa de expulsar a los trabajadores del cuidado y de la dirección de un servicio público, sólo es el principio de una tentativa de expropiación general, una tentativa de tomarle a los trabajadores todo lo que han conquistado a partir del 19 de julio: las oficinas, las fábricas, los campos expropiados a los capitalistas y que los obreros hacen marchar por su propia cuenta, bajo su propia dirección.
En consecuencia, esa noche y la que sigue, todos toman expontáneamente las armas en la mano.
Absolutamente todos.
Los obreros por una parte.
Por la otra: l.º Las fuerzas de policía del gobierno, por lo menos los que quieren y pueden (una parte solamente de los guardias nacionales y de Asalto, pero la totalidad de los « mozos de escuadra », guardia especial de la Generalidad reclutados entre los catalanistas).
2.º Los exponentes del « Estat Catalá », partido netamente fascista, pero que no obstante forma parte de la coalición llamada « antifascista » sólo porque es separatista catalán, lo que lo enfrenta con los fascistas de Madrid.
3.º En funciones de dirigentes los miembros del partido llamado « comunista ».
Después de dos días de lucha, las amonestaciones de los comités regionales de la C. N. T. y de la F. A. I. consiguen hacer cesar el fuego por parte de los obreros; durante una tercer jornada las fuerzas stalinistas-burguesas continúan disparando sobre gente que, por ser disciplinada, ha dejado de defenderse y es asesinada. (Fue este el día en que los trabajadores tuvieron mayor numero de bajas). Por fin la lucha termina también por parte de la policía. El saldo de estas jornadas es de 500 muertos y gran número de heridos.
Pero, precisamente como el 15 de mayo, la división entre las clases, hasta ahora más o menos disimulada, se acentúa. Y poco después, como el 15 de mayo, la contrarevolucion se inicia. En las aldeas se afianza el terror blanco bajo la protección de la policía. En Barcelona muchos militantes son arrestados y encarcelados; se efectúan pesquizas para detener a otros; las sedes de las organizaciones obreras son requisadas; se suspenden muchos periódicos y otros aparecen bajo un régimen de censura despiadado y manifiestamente parcial; se declara públicamente que cualquier crítica al gobierno tendrá por consecuencia la suspensión sine die del diario que la publique; a los órganos de la C. N. T. se les prohibe hablar de sus propios muertos y de convocar al pueblo a los funerales; se censura toda crítica tocante al partido Comunista, mientras se permite a éste atacar violentamente a las otras organizaciones antifascistas.
Al mismo tiempo, como se convino, se expulsan a los representantes obreros de los Ministerios del gobierno. Si en Cataluña se cree prudente mantener todavía un representante de la C. N. T., se le quita en cambio el Ministerio principal, el de la Defensa, y también su representación en el de Orden Público; en el gobierno central se va más lejos: no hay ya en él ningún representante de la C. N. T, Federica Montseny y García Oliver, como antes los Luis Blanc y los Albert, han realizado su parte, la misma parte, y la burguesía, no necesitándolos más, se desembaraza de ellos.
La analogía es evidente: llega a puntos idénticos; es casi exactamente lo mismo.
Con una diferencia: la superioridad militar de la C. N. T.
¿No existe, sin embargo, ninguna otra diferencia?
¿Son las jornadas de mayo, como en las de 1848, el preludio de las nuevas jornadas de junio, de las cuales el proletariado español estaría destinado a salir, como el proletariado francés, derrotado?
Terrible pregunta que es imposible no formularse y a la que quisiera poder responder buscando elementos de prueba.
Entre las jornadas de Paris y las de Barcelona, existe una diferencia capital. Tanto en uno como en otro caso hubo un despliegue de fuerzas, pero mientras en París —y es difícil explicar por que los obreros parisienses abandonaron el Hotel de Ville sin luchar— no se demostró en realidad la superioridad de las fuerzas obreras, los días 4 y 5 de mayo en Barcelona pusieron de manifiesto la superioridad de las fuerzas proletarias armadas sobre las de la coalición stalinista-burguesa.
En casi su totalidad — las nueve décimas partes por lo menos— Barcelona cae, o mejor dicho, queda en manos del proletariado sin luchar. Por todas partes, fuera del centro de la ciudad, el proletariado es dueño de la situación sin combatir. Los fascistas del Estat Catalá y los stalinistas del P. S. U. (Partido Socialista Unificado) no mostraron ni las narices y en cuanto a los guardis autónomos y de Asalto, que estaban acuartelados, se rindieron a la primer intimidación (400 en bloque) en la plaza de España o prometieron gentilmente no salir de sus cuarteles, cumpliendo escrupulosamente con la palabra empeñada.
Hubo lucha solamente en el centro, en los alrededores de la plaza de Cataluña, la gran plaza central de la ciudad, y particularmente en la avenida Durruti, gran arteria que desemboca a un centenar de metros de la plaza nombrada y en la que se encuentran, casi frente la una de la otra, la Prefectura y la sede de la C. N. T.
En este barrio eminentemente burgués, donde las organizaciones obreras habían instalado sus propias sedes inmediatamente después del 19 de julio (Comité Regional de la C. N. T., Federación local de las juventudes Libertarias y varios sindicatos), éstas se encuentran relativamente aisladas. Por el contrario, en este punto estaban concentradas todas las fuerzas stalinistas-burguesas; además del ambiente burgués por excelencia, en este barrio se encontraban la sede del gobierno de la Generalidad con sus « mozos de escuadra » y la sede de todas las organizaciones stalinistas.
En este barrio los stalinistas concentraron todos sus esfuerzos. Mozos de escuadra, guardias nacionales y de Asalto, fascistas del Estat Catalá, levantan barricadas tratando de asediar y apoderarse de las sedes de las organizaciones obreras, en particular del gran edificio de la C. N. T. Pero no lo consiguen; la resistencia obrera no cede un solo palmo.
Se puede, pues, resumir la descripción de la lucha diciendo que durante los tres días la C. N. T. fué dueña absoluta y única de la situación en las nueve décimas partes de Barcelona y que en la parte restante no dejó en ningún momento de dominar la situación.
En ninguna parte la C. N. T. y la F. A. I. atacaron; en ningún momento emprendieron la más mínima ofensiva.
La C. N. T. y la F. A. I. no tenían más que pronunciar una palabra para que, decenas, sino centenares de millares de trabajadores de Barcelona, abandonaron sus respectivos barrios, donde no tenían ya nada que hacer, y bajaran al centro con sus armas y barrieran los pocos centenares de fascistas, guardias y stalinistas que ocupaban la calle; la C. N. T. y la F. A. I. sólo tenían que hacer un gesto para que los seis tanques que habían tomado posiciones detrás del edificio de la C. N. T. —y que permanecieron sin moverse durante todo el tiempo de la lucha, no accionando tampoco cuando se levantaron barricadas a pocos centenares de metros de allí —accionaran y dispersaran a los ocupantes de las barricadas; la C. N. T. y la F. A. I. no tenían más que dar la orden para que los cañones de 75, llevados a un barrio obrero para hacer entrar en razón a los guardias refugiados en un cine y que en determinado momento manifestaron se resistirían, se ubicaran en la plaza de Cataluña o en la avenida Durruti; en fin, si hubiera sido necesario, un golpe de teléfono era suficiente para que los grandes cañones de Montjuich demolieran las ciudadelas enemigas: el palacio del Hotel Colón, sede de la Internacional Comunista y la Prefectura de Policía.
Las fuerzas de que disponía la C. N. T. en Barcelona, eran evidentemente diez veces superiores a las necesarias para hacer reinar el orden— el orden revolucionario y proletario. Y hubieran sido casi suficientes por si solas, para derrotar completamente a cualquier fuerza que enviara Valencia.
Pero si esas fuerzas no hubieran bastado, la C. N. T. podía disponer de una reserva importantísima: las tropas del frente de Aragón. El frente de Aragón se extiende desde la frontera francesa hasta el norte de Teruel, en una longitud de trescientos kilómetros y las tropas están controladas en sus tres cuartas partes por la C. N. T.
Desde el momento en que se iniciaron los acontecimientos muchos de los autos blindados disponibles en este frente, fueron puestos sobre aviso y se encontraban listos para partir hacia Barcelona; los comandantes de las compañías en descanso, recibieron la orden de no alejarse del puesto telefónico, para poder estar en condiciones de reunir a sus respectivas compañías en el menor tiempo posible y, hacia el fin del conflicto, cuando polizontes y stalinistas continuaban disparando a pesar de haber cesado el fuego de parte de los trabajadores, una compañía en descanso— que conozco muy bien y que no fué sola— partió una noche en camiones, en dirección a la primera línea, con el pretexto de dar un golpe de sorpresa, pero en realidad para estar pronta y volver en dirección contraria a la primer orden. La orden llegada fué la de retornar a su puesto y descansar.
Desde el primer al último disparo, los comités regionales de la C. N. T. y de la F. A. I. no han dado más que una orden, la orden transmitida sin interrupción por la radio, por la prensa y todos los demás medios: « cesad el fuego ». Y para que esta orden fuera cumplida con mayor facilidad, no sólo los comités rehusaron tomar jamás la ofensiva, sino que se mantuvieron rigurosamente a la defensiva, no vacilando, permitir que el enemigo fuera dueño de la calle, a pocos centenares de metros de su propia sede, ni en hacer libertar, sin compensación alguna, a los peores enemigos, como el diputado del Estat Catalá, tan pronto como supieron que las fuerzas trabajadoras lo habían detenido.
Por un lado, pues, la superioridad militar de la C. N. T. se reveló de manera innegable en el curso de esas jornadas, y por el otro la C. N. T. rehusó siempre emplear esa superioridad para garantizar la victoria.
LA C. N. T. NO DESEA EL TRIUNFO.
EVIDENTEMENTE la C. N. T. no quería salir victoriosa. La C. N. T. estaba pronta a todo, a todos los abandonos, a todas las renuncias, a todas las derrotas, a fin de no obtener el triunfo.
¿Por que?
Porque después de haber obtenido una victoria militar una victoria de fuerza sobre el bloque stalinista-burgués, después de haber vencido en la lucha callejera a sus propios aliados, o que así se llamaban, de la víspera, los Companys, los Dencas, los Antonov, no le habría quedado otra alternativa que tomar el gobierno por sí sola y oficialmente.
Ahora bien, fiel a la política seguida con obstinación a partir del 19 de julio, la C. N. T. no quiere estar abiertamente en el poder.
En Cataluña habría podido tomar en sus manos, en repetidas ocasiones, todo el poder sin disparar un solo tiro. Lo mismo que Koroly, veintiún años atrás, lo ofrece a Bela Kuhn, Companys hace a la C. N. T., repetidamente la oferta de entregarle el poder. La C. N. T. lo ha rechazado siempre. Más todavía, se puede decir que todas las concesiones hechas por la C. N. T. a la burguesía en el transcurso de estos nueve meses, incluso la de formar parte en el gobierno, le han sido dictadas por el temor de que ésta abandonase el poder.
¿Por qué tanto temor de posesionarse del gobierno?
La razón « oficial », si así puede llamarse, dada para justificar la política de « cesad el fuego » por los ministros madrileños, García Oliver y Federica Montseny, llegados apresuradamente a Barcelona después de los primeros disparos —y cuya intervención fué decisiva en la adopción de esta política en razón de su gran autoridad en los ambientes anarquistas— es la siguiente: en el puerto de Barcelona han entrado naves de guerra inglesas y francesas y si nos hacemos dueños de la ciudad, si Barcelona cae en manos de los « anarquistas » será bombardeada por los mismos.
Así expresado ese razonamiento es ridículo; evidentemente no es más que un pretexto grotesco para impresionar, inventado por las necesidades de la causa. La llegada de buques de guerra, ingleses y franceses no tenía nada de extraordinario. Apenas suceden disturbios en cualquier puerto, llegan naves extranjeras « para protejer a los connacionales ». Esto sucedió también en Barcelona el 19 de julio; esto sucede al estallido de cualquier « revolución » ya sea en la América del Sud, en América Central o en cualquier otra parte; pero los buques se limitan siempre a embarcar ciudadanos de sus respectivas naciones que deseen hacerlo, o, cuando más, a desembarcar algún destacamento de marineros para protejer la sede consular. Claro está que hubiera sucedido lo mismo en Barcelona si la F. A. I. enarbolaba la bandera negra sobre el Palacio de la Generalidad. Era psicológica y políticamente imposible que Inglaterra y Francia bombardearan Barcelona o procedieran a ocuparla militarmente, cualquiera fuera el régimen que se implantara, dada la política que estos dos países han adoptado con respecto a los acontecimientos españoles y dado que los hechos de esos días no estaban dirigidos contra intereses de Inglaterra ni de Francia.
SOLOS CONTRA TODOS.
PERO si el razonamiento expresado en la forma susodicha no era más que un pretexto, en realidad revelaba el motivo por el cual las organizaciones proletarias de Cataluña rehuían tenazmente el. poder, la razón por la cual han preferido esta vez la derrota a la victoria, y este motivo, esta razón, es el temor de la intervención extranjera.
La C. N. T. no tiene más que decir una palabra para ser la fuerza dominante en Cataluña; ni en Cataluña ni en el resto de España existe fuerza capaz de impedírselo, pero, ¿podría ella sola impedir el ataque de toda la Europa coaligada en su contra?
A esta pregunta la C. N. T. ha creído en su deber, hasta el momento, responder negativamente.
Hasta ahora la España Republicana, es decir, la coalición stalinista-burguesa-obrera tiene en su contra casi totalmente las fuerzas europeas: abiertamente los Estados alemán, italiano y portugués; más hipócritamente pero con igual firmeza, los Estados inglés y francés y, naturalmente, el capitalismo de todos los países. Sólo tiene a su favor el Estado ruso (« del que depende totalmente por lo que se refiere a armamentos », me confirmaba recientemente un camarada que estaba en situación de saberlo) y el proletariado de algunos países como el de Inglaterra y el de Francia.
Con una España republicana dividida por la burguesía y el stalinismo, no solamente la intervención indirecta de Francia e Inglaterra es en realidad intervención directa a favor de la España reaccionaria, como la de los países fascistas, sino que el Estado ruso se pasa al campo enemigo y el mismo proletariado de Francia e Inglaterra lo hace, en mayor o menor grado, ya sea por idolatría al stalinismo, ya por devoción al parlamentarismo.
La C. N. T. dueña de España, o de ciertas regiones de España, significaría el aislamiento total de España o de las regiones en que la Confederación dominara, Aislamiento militar, diplomático, y —tal vez el de más gravedad— aislamiento económico. ¿Cómo resistir en estas condiciones?
La situación sería mucho más difícil que la de Rusia en tiempos del bloqueo. Para la Rusia inmensa dominando a Europa y a Asia, frente a una Europa agotada por cuatro años de guerra, en la que los pueblos vencidos buscaban desesperadamente un apoyo, resistir era un juego de niños si se compara con lo que ésto significaría para Cataluña.
Hay, pues, un gran riesgo que afrontar. Hasta ahora la C. N. T. no ha querido exponerse a semejante riesgo. Y en esto radica el secreto de la política que ha seguido la C. N. T. desde el 19 de julio en adelante, todo el secreto de haberse negado dar, el 4 y el 5 de mayo, las ordenes que la hubieran hecho triunfar.
EL PRESENTE — LA C. N. T. PIERDE EL PODER.
ha sufrido un gran revés político. Para darse cuenta exacta de la importancia de este fracaso, a consecuencia del cual, por el momento al menos, la C. N. T. ha perdido todo poder político, basta observar las calles de Barcelona y comparar lo que son en la actualidad y lo que han sido.
Durante los primeros meses de la revolución toda Barcelona rebosaba de trabajadores en armas; después las cosas cambiaron y sólo se vieron con armas aquellos que estaban encargados del desempeño de funciones públicas, pero eran siempre trabajadores. Hoy (a excepción de algún barrio exclusivamente obrero, y no lo garanto tampoco) no hay ni un solo obrero en armas; únicamente guardias de Asalto, armados de fusiles, en todas partes, como en los mejores tiempos de la dictadura burguesa.
También ha cambiado el aspecto de los ciudadanos. Primero la forma de vestir exclusivamente obrera a que me refería en agosto, y que era todavía la regla general en febrero, ha desaparecido casi completamente dando paso, en los barrios centrales, al traje burgués, o, por lo menos, pequeño burgués. Después, hecho todavía más notable, el rojo y el negro no se ven ya en ninguna parte. Antes del mes de mayo todos se honraban llevando los colores de la C. N. T.: enseñas, pañuelos, gorras, siempre algo con los colores rojo y negro. Quien no ostentaba éstos, llevaba el rojo de los stalinistas o del P. O. U. M. Ahora, en cambio, son raros los que tienen el coraje de llevar la enseña de la C. N. T. fuera de los edificios ocupados por los sindicatos, no se encuentra en ninguna parte la bandera rojinegra; y en cuanto a los pañuelos y las gorras, que estaban grandemente difundidos, ya que eran una afirmación de « simpatía, » han desaparecido del todo.
El hombre medio, aquel que está siempre dispuesto a inclinarse de parte del poder, no se atreve ya a ponerse, abiertamente por lo menos, de parte de la C. N. T.: prueba evidente que la C. N. T. no está ya en el gobierno.
…PERO CONSERVA LA FUERZA.
LA C. N. T. no está ya en él poder, pero, hecho de fundamental importancia, continua siendo la fuerza. El 4 de mayo tenía la superioridad militar y todavía la conserva. Esto significa que es la fuerza.
Y esto lo saben y lo comprenden todos; tanto los individuos particularmente como el gobierno.
Observad, en efecto, a los transeúntes, No llevan más el distintivo rojinegro, de acuerdo; pero tampoco llevan el rojo. Si bien el rojinegro antes de las jornadas de mayo estaba muy difundido, se veía también mucho el rojo, en especial en los barrios centrales. Ahora, el uno y el otro han desaparecido. No se osa enarbolar el color del vencedor más que el del vencido. ¿Por qué? Pues, porque se siente que el vencido es todavía fuerte, el más fuerte. O tal vez porque las simpatías están siempre con el vencido. Observad el diario que el transeúnte lleva en las manos por la mañana; la enorme mayoría lee « Solidaridad Obrera » el diario confederal.
Lo que siente el individuo en particular, lo siente también el gobierno.
La pérdida del poder ha significado para la C. N. T. la pérdida. de funciones importantísimas con respecto a lo que, en esencia, es el poder : la función policial. Ha perdido el control de las fronteras en la región de Puigcerdá, que ejerció hasta entonces casi exclusivamente. El control en las calles se ha vuelto extremadamente difícil y aún imposible a los comités obreros; en el ministerio de Orden Público de la Generalidad, la C. N. T. no tiene ya ni un solo representante; no obstante esto, el gobierno no se ha atrevido todavía —hasta el momento en que escribo— tocar el organismo más importante de la policía obrera: las « patrullas de control » de Barcelona.
Las patrullas de control son un cuerpo de policía creado por la clase obrera al día siguiente del 19 de julio, para ocupar el lugar de la policía del Estado, que había desaparecido casi completamente. De inmediato estas « patrullas » fueron legalizadas mediante la incorporación a la policía del Estado, pero se trata de una incorporación puramente formal; las patrullas continúan siendo una policía obrera. funcionando de hecho bajo el control exclusivo de la C. N. T., o, más exactamente, de la F. A. I.
Para comprender con exactitud de que naturaleza es la fuerza y cuánta la potencialidad que ellas representan, nada mejor que haber asistido a uno de sus desfiles, cierto domingo de febrero, en ocasión de una manifestación organizada contra la C. N. T.
Esta, con el sentido de oportunidad de que tantas veces ha dado pruebas, transformó dicha manifestación en una demostración propia. Se trataba de una parada « militar »: y bien, la representación de las patrullas de control, precedida por una enorme bandera negra, desfiló en orden, pero afectando no marcar el paso, y llevando « como un mango de escoba »—que diría un sargento del ejército francés— la formidable ametralladora. El contraste era sintomático con la guardia de Asalto y nacional que la seguían marchando al paso, golpeándose el pecho con un gesto estúpido, provistos de largos fusiles que las ametralladoras de las patrullas habrían vencido con suma facilidad en un combate callejero.
Lo primero que hubiera hecho un Estado fuerte, después delas jornadas de mayo, hubiera sido desarmar y disolver las patrullas de control. Es verdad que se ha hablado insistentemente de hacerlo; los stalinistas lo han pedido a toda voz, pero hasta ahora el gobierno sólo se atreve a tratar con la F. A. I. sobre ese particular.
En marzo, los representantes de la C. N. T. en el gobierno de la Generalidad aceptaron la disolución de las patrullas de control, pero la ejecución de este decreto estaba subordinada a la formación de un nuevo cuerpo de policía, que no se ha constituído nunca porque la C. N. T. exigía para su formación las mismas garantías que tenía para las patrullas de control.
Del mismo modo, cuando la amenaza italiana en Guadalajara, « Soli » reclamaba insistentemente el envío de todas las armas al frente. No se trataba, se entiende, de desarmar a los sindicatos, sino de obtener, mediante la entrega de parte de éstos de algunos centenares de fusiles —cosa de nada—el envío al frente de los guardias nacionales y de Asalto.
LA EXTENSION DE LAS COLECTIVIZACIONES
EXISTE, además, otro hecho de capital importancia que demuestra toda la fuerza que aún conserva la C. N. T.
Cualquier contra-revolución política tiene una sola finalidad y una sola razón de ser: conseguir al mismo tiempo la contra-revolución político y económica. La actual contra-revolución española no es una excepción: su finalidad es usurpar a los trabajadores sus conquistas económicas, tomando de nuevo en su manos la administración de las cosas, de la que aquellos se posesionaron después del 19 de julio.
Ahora bien, si la coalisión stalinista-burguesa ha desencadenado —después de la victoria— una campaña de prensa contra aquellos sectores de la colectivización que les ha parecido más vulnerables, las cosas no han ido más lejos hasta ahora porque no se han atrevido atacar profundamente las conquistas de los trabajadores.
La clase obrera y la C. N. T. controlan de hecho como antes del 4 de mayo, toda la vida económica de Cataluña y Aragón.
Es esto algo de que no se han dado cuenta en Francia, donde se está ofuscado, como es natural por otra parte, por los acontecimientos políticos y militares. La Revolución Social, es decir, la expropiación de la burguesía en beneficio de la clase trabajadora, el paso de los medios de producción de manos de los capitalistas a manos del proletariado no ha comenzado, solamente sino que está casi cumplida en Cataluña y en las provincias contiguas.
Este paso ha sido llevado a cabo no en la forma sansimoniana de la estatización, sino en la forma proudhoniana y bakuniniana de la « colectivización ». Esto significa que la administración tomada a los capitalistas se ha puesto en manos de las organizaciones obreras (colectividad) y que está bajo el control de los sindicatos.
Y bien, casi todo se encuentra hoy colectivizado.
Por otra parte, casi todo lo que ha sido colectivizado lo ha sido por la C. N. T., porque, en la mayoría de los casos, esta es la única organización social existente. La U. G. T. no agrupa en Cataluña a excepción de alguna que otra corporación— más que artesanos y patronos.
Para comprender la extensión de la colectivización, es suficiente observar como se vive en Barcelona.
Entráis en un hotel, nueve veces de diez está colectivizado; lo hacéis en un restaurant, lo mismo; váis al bar a tomar un café, es un bar colectivizado; compráis un diario, pertenece a la colectividad de los que lo hacen, es decir, periodistas y tipógrafos; queréis cortaros el cabello, forzosamente entraréis en un establecimiento colectivizado, puesto que entre los peluqueros la colectivización es total (en este caso se dice que la industria en cuestión está « socializada »); si queréis haceros un traje, los sastres colectivizados os presentan sus muestrarios; si deseáis aprovisionaros en un gran negocio, es indudable que lo haréis en uno colectivizado, pero en el notaréis una diferencia, las iniciales de la U. G. T, figuran al lado de las de la C. T. N. y la colectivización funciona bajo el control de los dos sindicatos (¿no tienen en todos los países predilecciones aristocráticas los directorios de las grandes empresas?); tomáis un auto, necesariamente será de la C. N. T.; un ómnibus, un tranvía, el metropolitanos tendréis siempre que ver con una empresa colectivizada; y, finalmente, si por la noche queréis asistir a algún espectáculo, en el cine, en el teatro o en el baile, os encontraréis siempre en un establecimiento colectivizado.
En estas empresas colectivizadas no encontraréis nunca al antiguo dueño. En la mayoría de los casos el dueño ha aceptado la colectivización y continúa trabajando en lo que fue su negocio, pero trabaja encalidad de simple ampleado, con el mismo salario que los demás empleados.
Y lo que es verdad para los negocios generalmente pequeños o medianos con los cuales el consumidor trata directamente, lo es también se sobreentiende, para las grandes empresas de producción. Las industrias textil y mecánica, las de más importancia en Cataluña, están en su gran mayoría colectivizadas, y las que no lo están se encuentra bajo el control obrero.La industria de la madera está enteramente colectivizada, desde el derribamiento de los árboles al más fino trabajo de ebanistería.
Pero no solamente se halla colectivizada la industria, sino también— y es un hecho de capital importancia— la agricultura.
En la parte de Aragón ocupada por las tropas republicanas, no existe una sóla aldea no tenga su « colectividad », colectividad libre que comprende unas veces a todos los habitantes y otras a una parte solamente de los mismos.
Los componentes de la « colectividad » trabajan juntos las tierras puestas en común y las expropiadas a los propietarios fascistas, recibiendo un jornal idéntico.
En el Levante, es decir, sobre las magníficas huertas de la costa de Valencia, que es la región más rica de España y una de las más ricas del mundo, la colectivización rural está también muy extendida. Es tal vez en la campiña catalana donde está menos desarrollada.
Estas colectividades se desenvuelven muy bien. Es verdad que para poder emitir un juicio exacto, se necesitaría poderlas juzgar desde dentro, haber vivido en ellas. Pero en la medida que es posible juzgarlas desde fuera, desde el punto de vista del consumidor, los resultados son óptimos. Ya en agosto del 36 señalé como los servicios públicos funcionaban en Barcelona; nueve meses después es necesario repetir lo mismo, con la diferencia que el material ha sido modernizado, habiéndose puesto en servicio ómnibus y taxímetros nuevos. No disgusta a nuestros burgueses y a nuestros burocráticos obreros aburguesados, que las usinas administradas por los trabajadores continúen funcionando sin obstáculos y sin merma de la tensión, que los hoteles estén en las mismas o mejores condiciones higiénicas que antes de la colectivización, que la cocina sea considerada igualmente buena, considerando que está bajo las exigencias de la guerra: solo se sirven dos platos y un pedazo de pan. Los grandes negocios colectivizados están siempre llenos de clientes, sus encargados siguen siendo corteses y la « sastrería confederal » os hace un traje impecable en cuarenta y ocho horas.
En cuanto a la colectivización agrícola, sus efectos en Aragón se traducen en las siguientes cifras: la superficie sembrada ha aumentado del 25 al 30 por ciento en comparación al año pasado y la recolección de la remolacha, de cuya importancia para la región hemos hablado recientemente, superará en mucho todos los récords.
Esta es la grandiosa obra que la contra-revolución se propone destruir. Todavía, como ya lo he manifestado, se está en los comienzos; pero en ciertas aldeas catalanas los stalinistas han irrumpido, después de las jornadas de mayo, ocupando los locales de la colectividad y proclamando que « la colectivización ha terminado » y la tierra debe volver a los antiguos propietarios.
En la industria la ofensiva es menos directa. No se habla todavía de restituír las fábricas a sus antiguos propietarios, pero se las quiere entregar al Estado—es decir— a la burguesía como clase. La palabra de orden stalinista-burguesa es, en estos momentos: « nacionalizar », es decir, estatizar o municipalizar las industrias actualmente colectivizadas. Y la C. N. T. ha debido consentir, por lo menos en principio, la « nacionalización » de los ferrocarriles, donde los obreros de la C. N. T. están en minoría con respecto a los de la U. G. T., y de las industrias de guerra; sin embargo parece que esta nacionalización aún no se ha realizado de hecho.
Mucho más grave sería la municipalización de los transportes públicos de Barcelona, una cuestión sobre la que convergen actualmente los esfuerzos burgueses de la Esquerra catalana y de los stalinistas del P. S. U. C. a los que resiste vigorosamente la C. N. T.
EL FUTURO.
A PESAR de su triunfo de mayo, la burguesía ha sido impotente para suprimir de un golpe lo que, persistiendo, implica su propia condena a muerte: la colectivización. No puede hacer más que demostrar su disgusto y murmurar.
Este murmurar es por ahora insignificante ¿pero lo será siempre?
Todo depende de quien conserve la fuerza. Si hay un punto sobre el cual Marx tenía cien veces razón contra Marx, es precisamente este: que sin el poder político, sin la fuerza, la fuerza bruta, la fuerza militar, ninguna conquista económica se puede realizar ni mantener.
Por muy arraigado que esté hasta ahora el sistema de las colectivizaciones en la vida obrera y campesina de Cataluña y Aragón, dicho sistema será destruido en un abrir y cerrar de ojos el día en que la C. N. T. no posea ya la fuerza. La única razón por la cual no se ha osado todavía ponerle las manos encima radica en que el 4 de mayo la C. N. T. demostró su fuerza. Apenas desaparezca esta fuerza la colectivización desaparecerá también.
Ahora bien, la cuestión de si la C. N. T. logrará conservar su fuerza —que es la cuestión fundamental en la encrucijada actual de la revolución española— se reduce a esto: ¿conservará sus armas la C. N. T.?
LAS ARMAS DE LA RETAGUARDIA.
AL día siguiente de las jornadas de mayo, el gobierno de Largo Caballero publicó un decreto sobre la tenencia de armas, que consideraba la retención de cualquier arma que no fuera de bolsillo como un acto de complicidad con el enemigo y lo castigaba con las sanciones correspondientes. Está demás decir que este decreto lo hizo suyo el gobierno contra‑revolucionario de Negrín y que busca aplicarlo por todos los medios.
¿Lo conseguirá? He ahí el problema.
Para ninguno es un secreto que la C. N. T., previendo el momento en que forzosamente tendrá que enfrentarse con sus sedicentes aliados de hoy, se ha asegurado armamentos importantes.
Ya se ha dado el caso —y continuará dándose— de que una parte de estos armamentos fuera confiscada por el gobierno y también entregada a éste motu proprio por algunas organizaciones obreras a fin de no dar públicamente la impresión de que se oponen deliberadamente a sus órdenes. Por otra parte el gobierno hace diariamente una publicidad ruidosa sobre los depósitos de armas, municiones, etc., descubiertos y confiscados. Pero las cifras publicadas, si bien impresionantes, parece ser pequeña en relación a los “efectivos”. Lo que en realidad interesa son los grandes depósitos de fusiles, ametralladoras, tanques y cañones.
Si la C. N. T., si las organizaciones sindicales, si la F. A. I., si los obreros de Barcelona se dejan tomar esos depósitos, no hay duda alguna que la revolución está liquidada. Lenín lo había comprendido perfectamente al declarar en su estudio El Estado y la Revolución: La revolución es el pueblo en armas; el día que el pueblo sea desarmado la revolución deja de ser posible.
LAS ARMAS DEL FRENTE.
UNA cuestión que tiene atingencia con el armamento del proletariado es la cuestión del frente de Aragón.
Como ya he manifestado, las tres cuartas partes, por lo menos, del ejército de este frente (sin contar una buena proporción de las tropas de otros frentes) responden a la C. N. T. Son, por consiguiente, una reserva armada. Para desarmar completamente al proletariado es necesario hacer desaparecer esta reserva. Con esta finalidad trabaja el gobierno.
Los medios empleados se diferencian a los usados con los obreros de Barcelona. No es el caso de pensar quitarles las armas a los soldados del frente. Comparando las situaciones sólo puede pensarse en un desarme moral, substrayéndolos a la autoridad moral de las organizaciones obreras para incorporarlos en cuerpo y alma al ejército del Estado. Esta es la finalidad de todas las campañas pro « comando único », pro « militarización », pro necesidad de un « ejército popular de la nación », etc.; cosas que los necios han tomado por cuestiones de técnica militar, mientras sólo se trata de una cuestión política, de una cuestión de clase: ¿el ejército hubiera seguido siendo del proletariado, o, en cambio, se hubiera vuelto un ejército del Estado y de la burguesía?
El problema está planteado desde hace tiempo y la « militarización » de la milicia no es de ayer. Pero en realidad, la militarización no ha sido hasta estos últimos tiempos más que una palabra. Y es precisamente por esto que, el gobierno de Valencia, tomando como pretextos los sucesos de mayo se ha adueñado del Ministerio de Guerra de la Generalidad, ocupado hasta entonces por un representante de la C. N. T. y ha puesto en su lugar un general madrileño. Su obligación es llevar a la práctica la « militarización », es decir eliminar al ejercito del proletariado.
¿De qué modo lo hará?
Hasta estos últimos días la militarización consistía en un cambio de nombres. A las « centurias » se las llama « compañías » y a las « columnas », « divisiones ». Frecuentemente las centurias llevaban el nombre del sindicato que las había organizado (centuria « Artes Gráficas », constituída por el sindicato del libro; centuria « Madera » constituida por el sindicato de la madera, etc.) Mal recuerdo éste del vínculo corporativo. Ahora las compañías sólo tienen un número. A las nuevas divisiones se les dejó al principio el nombre: División Durruti, División Ascaso, División Maciá, etc., etc., pero actualmente el nombre ha sido suprimido y solo pueden usar un número.
El mismo cambio han sufrido las denominaciones de los grados: los « delegados de compañías » son ahora capitanes, los « delegados de grupo » son jefes de escuadra, etc. etc.
En verdad, esto tiene poca importancia.
En cambio la tiene, y mucha, el hecho de llevar galones. En las milicias los graduados no obstentaban galones: pero, si un « delegado de compañía » puede prescindir de ellos ¿puede también hacerlo un capitán?
En las milicias militarizadas los graduados tienen el derecho de hacer ostentación del grado y esto es lo que ha hecho notar de inmediato cierta división en el ejército proletario.
Si en algunas unidades donde el espíritu proletario y anarquista tenía sólido arraigo, los galones continuaron siendo desconocidos después de la militarización, como lo habían sido antes; si tanto el capitán como el jefe continuaron sin llevar galones y siendo los buenos camaradas de siempre; si también algunos militares de profesión, investidos de altos mandos, creyeron prudente quitarse los galones al visitar esta o aquella unidad, hubo en cambio, compañías fieles también a los principios de la revolución, en la que los galones no solo aparecieron sino que se generalizaron. ¡La vanidad es grande! Sin embargo debemos agregar que muchas veces los galones desaparecían después de una breve exhibición. Era suficiente que una compañía con hombres galoneados se pusiera en contacto con otra sin ellos, para que los galones desaparecieran. Tal la fuerza del ejemplo. En otros casos bastaba que un jefe que llevara galones fuera substituído por otro que no los llevara, para que desaparecieran los galones de los subordinados. ¡Miserias humanas!
Mañana seguramente el peligro será más grave.
Hasta ahora, aunque convertidos en « soldadas » todos los milicianos perciben igual salario, cualquiera sea su grado; « oficiales » y « suboficiales » comen en la misma mesa y reciben el mismo jornal correspondiente a la segunda categoría: 10 pesetas diarias. Pero se busca substituir este tratamiento de igualdad con la jerarquía de salarios usada en el viejo ejército y con las consiguientes diferencias para cada grado ¿Los sargentos, capitanes y generales de la C. N. T. y de la F. A. I. tendrán el coraje de oponerse con la energía necesaria a una medida que está destinada a reportarles considerables ventajas personales?
Sin duda, esto es un gran peligro; pero nada autoriza a suponer que no será superado.
De modo que, entonces, la fuerza de la C. N. T., que se basa actualmente sobre estos dos elementos: el armamento de los trabajadores del campo y de las fábricas y las milicias del frente de Aragón, está amenazada de dos peligros: el peligro material que pesa sobre la fuerza armada de la retaguardia y el peligro moral que pesa sobre la fuerza armada del frente, de convertirse en un ejército mercenario.
Sólamente si logra la C. N. T. salvar estos dos peligros podrá continuar siendo la fuerza e impedir el avance de la contrarevolución.
EL PORVENIR DE LA C. N. T.
ESTA situación no puede durar mucho. La C. N. T. no puede indefinidamente ser la fuerza sin posesionarse del poder, y aceptar, por el contrario, voluntariamente ser derrotada por éste. La revolución no puede tolerar indefinidamente la contra-revolucíón.
La derrota política después de haber demostrado que se contaba con la fuerza necesaria para obtener la victoria militar, puede tolerarse una vez, pero no dos. Con una nueva aventura de este género, la C. N. T. no conservaría su fuerza: perdería de inmediato adherentes y prestigio.
Ahora bien, el día en que esta cuestión —la de la fuerza— se presente de nuevo en forma aguda —y en Barcelona nadie duda de la proximidad de ese día—la C. N. T. se encontrará ante el mismo dilema: derrotar a su adversarios y tomar por sí sóla y oficialmente el poder, con la consecuencia del aislamiento que dicha actitud traería aparejada, o entregarse voluntariamente al enemigo. El porvenir de la República Española depende, pues, en esencia, de ésto ¿permitirá el curso de los acontecimientos políticos, diplomáticos y militares de Europa, que, en un porvenir cercano, la clase trabajadora catalana tome el poder y organice definitivamente la Revolución Social, corriendo el riesgo de que su aislamiento del mundo capitalista le sea fatal?
He aquí porque la política seguida por la C. N. T., concientemente en parte, en parte bajo la presión de los acontecimientos, parece haber sido habilidosa y contemporizante, aferrándose a la esperanza de acontecimientos que le permitieran hacer uso de su propia fuerza sin exponerse a un ataque del exterior demasiado fuerte para poderle resistir.
No creo revelar un secreto expresando que los acontecimientos que desea ardientemente son aquellos que le permitan constituir un nuevo Estado ibérico, separado del resto de España o, por lo menos, dotado de gran autonomía.
No es que la C. N. T. sea separatista por motivos patrióticos o morales; al contrario: se ha opuesto siempre al catalanismo y no ha cambiado de opinión, pero es separatista por razones sociales. Los dirigentes de la C. N. T., con o sin razón, piensan, en efecto, que esta organización no es lo suficientemente fuerte para instaurar el socialismo en toda España; en cambio, teniendo en cuenta siempre la situación del exterior, se creen capacitados para establecerlo fácilmente en Cataluña, Aragón y también en el Levante.
Es sabido, en efecto, que en Cataluña la C. N. T. es la única organización obrera digna de tal nombre; en Aragón, bajo el impulso de Durruti, que tuvo la visión genial de llevar a cabo la revolución agraria en toda aldea donde entraban sus columnas, la C. N. T. cuento con la voluntad de los campesinos; en el Levante, en fin, los últimos acontecimientos han puesto en evidencia con toda claridad el acuerdo político entre la C. N. T. y la U. G. T. y en consecuencia, la hegemonía que ejercen ambas en la región.
La U. G. T. es en realidad una organización de composición y de política variable de provincia en provincia. En Cataluña la U. G. T. es una organización compuesta de pequeños burgueses, creada por los stalinistas después del 19 de julio y completamente dominada por ellos; en Asturias, en cambio, la U. G. T. es netamente anti-stalinista: en un reciente congreso los votos socialistas derrotaron a los comunistas por mayoría aplastante, y ésto explica que en Asturias la U. G. T. y la C. N. T. marchen plenamente de acuerdo después de haber firmado, hace ya tiempo, un pacto de alianza que las une estrechamente. En la región de Valencia (Levante), las cosas se desarrollan rápidamente, según parece, en la misma dirección que en Asturias. La U. G. T. del Levante ha sido el principal sostén de Largo Caballero en su disidencia con los comunistas, cuando éstos, reprochándole no haber sido suficientemente enérgico con los trabajadores de Barcelona, lo obligaron a renunciar.
Esta actitud de la U. G. T. del Levante no es una postura del momento; no es la consecuencia de la fe en un hombre, sino de una posición política. El Levante es, sobre todo, una región agrícola, la más rica de España; Valencia no es como Barcelona, una ciudad industrial, sino simplemente un gran mercado agrícola. Lo que importa en el Levante es el problema de la tierra, la organización obrera más importante es la de los campesinos. Pues bien, el sindicato de los trabajadores de la tierra adherido a la U. G. T. tiene en esta provincia, exactamente la misma posición que la C. N. T., en absoluta oposición a los stalinistas y a la fracciónde la U. G. T. que ellos controlan, puesto que son grandes defensores de la propiedad privada e implacables enemigos de la colectivización; la U. G. T. del Levante es partidaria decidida de la colectividades agrícolas y de acuerdo con la C. N. T. ha procedido a las colectivizaciones en gran escala en toda la región.
Este antiguo reino de Aragón, sobre el cual repetidamente hemos llamado la atención, con sus tres grandes regiones: Aragón, Cataluña y Levante posee todavía hoy cierta unidad socialque proviene de comunes aspiraciones y de una política común de sus trabajadores de la ciudad y de los campos.
Parece que a medida que los hechos se aclaran la C. N. T. tiene cada vez más conciencia de esta unidad y que su voluntad es realizarla haciendo de estas tres provincias la patria común del socialismo libertario.
¿Logrará su empeño? Esto no dependerá —lo repito una vez más y es mi conclusión— ni de la C. N. T., ni de España, sino de las circunstancias internacionales que permitan a los trabajadores de los distintos países desafiar a toda Europa: a las finanzas de París y Londres, al fascismo de Roma y Berlín y al imperialismo de Moscú.
18 mai 2008 à 15:34
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