1936 La inevitabilidad del comunismo [Mattick]

La inevitabilidad del comunismo se publicó en 1936 en New York por Polemic Publishers (Folleto Polémico Nº 3), editado por S.L.Solon. Desde el sitio de la revista Balance (Barcelona).

Introducción de los editores (del folleto original)

La publicación de Hacia la Comprensión de Karl Marx de Sidney Hook en enero de 1933 sirvió como la señal para el lanzamiento de un diluvio virtual de literatura de controversia e interpretación sobre el marxismo. Aclamado y denunciado, respetado y sospechoso en los diferentes distritos radicales, el libro de Hook propuso nítidamente la cuestión: ¿Quienes son los marxistas? Sentimientos a favor y en contra de la validez de su interpretación se cristalizaron rápidamente y la tónica fundamental de la misma fue sondeada mediante discusiones que iban a ser caldeadas y prolongadas. Que las controversias que giraron alrededor de Hacia la Comprensión de Karl Marx hayan a menudo bordeado en el rencor y los personalismos habla enfáticamente del carácter relevante y de la brillantez desafiante de la obra de Hook. Unas cuantas cabezas se han quebrado o los egos han sido despertados por la aparición de un nuevo libro en la alfarería etrusca. Cualquier otra cosa que haya sido dicha del libro de Hook, su vitalidad y pertinencia no han sido puestas en cuestión.

La inevitabilidad del comunismo de Paul Mattick es una crítica de la interpretación de Hook desde lo que Mattick considera como la posición del materialista dialéctico ortodoxo. El folleto, en efecto, propone servir a un doble propósito. Primero, intenta refutar el derecho de Hook al título de materialista dialéctico. Intenta mostrar que la interpretación de Marx por Hook es el punto de vista de último revisionismo del siglo XIX bajo el ropaje filosófico de moda en la actualidad. Eliminar los principios de inevitabilidad y espontaneidad del marxismo, dice Mattick, es castrar las enseñanzas de Marx. Es negar el concepto de la función universal del materialismo dialéctico y atribuir a la conciencia humana un vasto papel sobrevalorado. Segundo, el ensayo de Mattick sirve como una presentación positiva de la posición del materialismo dialéctico tal y como él lo interpreta. Comienza con lo que el considera como los errores del leninismo, el punto de vista desde el cual, sostiene él, no difiere en esencia de la posición de la socialdemocracia. Para él, socialdemocracia y bolchevismo (la « socialdemocracia revolucionaria ») parten de la misma semilla: ambos consideran el partido político altamente centralizado, cuya eficacia en última instancia debe depender de la actividad de los « grandes hombres », como un prerrequisito absoluto para la libertad de la clase obrera. De esta posición, dice Mattick, fluyen los males del burocratismo organizativo con las posibilidades de traición, corrupción y actividad contrarrevolucionaria cuando es necesario para el partido actuar para retener poder y afluencia.

El partido revolucionario « centralizado », declara Mattick, será –si algo– sólo un instrumento insignificante de la revolución. No será el motor primario de la revolución ni el éxito de la lucha dependerá de su existencia.

Los trabajadores agrupados juntos en sus unidades industriales, las fábricas, los talleres, las oficinas, etc., serán explotados intensivamente por un capitalismo que en su agonía de muerte tratará desesperadamente de mantener su tasa de ganancia en un nivel rentable. Finalmente, habrá sólo una salida para el proletariado, que Mattick considera como « la actualización de la conciencia revolucionaria ». Hambrientos, buscarán comida; desnudos, buscarán ropas; sin resguardo, se reapropiarán de los barrios. En ese momento, dice Mattick, precedido por un « periodo de adiestramiento » de motines, conflictos locales con la clase dominante y terror, vendrá la revolución. Al timón estará no el partido centralizado sino los Consejos Obreros « espontáneamente » organizados, creados en las fábricas y talleres.

El papel de los « grandes hombres » y sus ideologías conscientes juega su parte sólo dentro de unos límites reducidos. Precisamente, cuánto puedan acelerar u obstaculizar la revolución sólo puede determinarse en referencia a la situación concreta, específica, no de un modo general.

Por último, para un observador la respuesta de Sidney Hook a la certeza de las críticas vertidas contra él se esperará con no poco interés. Viniendo después de la publicación de varias revisiones de su interpretación, su contestación servirá para completar el balance general de cuentas de la controversia. Será entonces posible, si se nos permite extender la metáfora, tomar cuenta de los débitos y créditos de su posición.

Unas palabras a modo de conclusión: en el calor de la controversia, ambos, participantes y lectores, se inclinan a menudo a atribuir excesiva significación o importancia a lo que puede llamarse la barrera del vocabulario. Es bueno, por tanto, tener en mente lo que Mattick implica a lo largo de su ensayo y que Marx expuso brevemente en La Ideologia Alemana:

« No la crítica, sino la revolución, es la fuerza motora de la historia ».

S. L. SOLON

La inevitabilidad del comunismo (Crítica de la Interpretación de Marx por Sidney Hook)

Paul Mattick

Introducción

El punto de vista de la totalidad en el materialista dialéctico es diferente del anhelo de la burguesía económicamente distraída por la armonía, por un sistema autocontenido, por las verdades eternas y por una omniabarcante filosofía del Todo que culmina en el Absoluto. Para el marxismo, no hay nada cerrado. Todos los conceptos, todo el saber, es el reconocimiento de que, en la interacción material entre el hombre y la naturaleza, el hombre social es un factor activo, de que el desarrollo histórico no sólo está condicionado por relaciones objetivas surgidas a través de la naturaleza, sino también otro tanto de lo mismo por los momentos subjetivos, sociales. Precisamente por razón del hecho de que la dialéctica materialista considera las relaciones económicas como los fundamentos del desarrollo histórico, se vuelve imposible aceptar una filosofía burguesa y necesariamente metafísica de la eternidad. La sociedad, que ayuda en la determinación del ser y de la conciencia del hombre, cambia perpetuamente y por eso no admite soluciones absolutas. El proceso dialéctico de desarrollo no reconoce factores constantes, biológicos o sociales; en él estos mismos factores varían continuamente, por lo cual uno no está nunca realmente en posición de separarlos, y debe negarlos con cierta constancia. La perspectiva dialéctica, comprensiva, la consideración del Todo, ha de ser entendida adecuadamente en el sentido de que aquí toda separación entre los factores históricos objetivos y subjetivos es rechazada, una vez que éstos están siempre influenciandose recíprocamente y, de este modo, están siempre cambiando. Lo uno no puede entenderse sin lo otro. Para la ciencia, esto significa que sus conceptos no están sólo dados objetivamente sino que también son dependientes de los factores subjetivos, y que éstos la ayudan a su vez determinando los métodos científicos y sus metas.

Hook dedica la mayor parte de su libro a la interpretación de la dialéctica marxiana [1]. Sobre el factor de totalidad y la interacción dialéctica presta la máxima atención a propósito de que el papel activo del hombre, la conciencia revolucionaria en el proceso histórico, pueda destacar en un relieve más marcado. A sus frecuentemente felices formulaciones, y también frecuentemente infelices, en tanto que tratan con el factor de totalidad, consagraremos menor atención en las siguientes páginas, puesto que su obra está casi exclusivamente dedicada a refutar teóricamente las muchas castraciones mecanicistas e idealistas del pensamiento marxista a manos de los epígonos, y en esto estamos de acuerdo en general con lo que él tiene que decir. Si en lo que sigue adoptamos una perspectiva que se opone a la de Hook, deseamos al mismo tiempo dar énfasis a que aceptamos plenamente, en detalle, muchas de sus ideas. Si omitimos exponer estos puntos comunes es debido a la falta de espacio. Deseamos dejar claro, además, que esta revisión no puede ser exhaustiva; el objetivo es meramente atraer la atención sobre esos factores que, en nuestra opinión, deben ser puestos en el centro de la discusión para hacerla realmente fructífera.

I

En los comentarios introductorios a su libro (p.6) Hook declara que la « ciencia » no puede ser identificada con el « marxismo », una vez que los dos tratan de asuntos diferentes. La una con la naturaleza, el otro con la sociedad. Marx distinguió entre el desarrollo de la naturaleza y el de la sociedad humana, y vio en la conciencia humana el factor diferenciador (p.85). El marxismo presupone las metas de clase; por eso es una ciencia subjetiva, una ciencia de clase; la ciencia misma, sin embargo, permanece por encima de las clases, es objetiva. Hook ve en la filosofía de Marx una síntesis de los momentos objetivos y subjetivos de la verdad. Como un instrumento de la lucha de clases, la teoría marxiana puede funcionar sólo en cuanto que sea objetivamente correcta. Aún como una verdad objetiva sólo puede funcionar eficazmente dentro del marco de los propósitos subjetivos de clase del proletariado. Si estos propósitos de clase están también social e históricamente condicionados, esto no es todavía verdad a respecto de la voluntad y del acto específico mediante los cuales se realizan. Consecuentemente, tanto valor debe atribuirse a los momentos históricos subjetivos como a los objectivos. El elemento humano-activo es subjetivo, sin embargo, sólo en relación con la situación socio-económica; para los participantes en la lucha de clases es completamente objetivo. Según esta distinción, sería imposible hablar de marxismo como una « ciencia objetiva » sin quitarle al mismo tiempo su carácter revolucionario (p.7-8).

A primera vista, no hay nada que objetar a estas formulaciones de Hook. Aparte del hecho de que, con la aceptación de la síntesis marxiana, tales conceptos como, por ejemplo, la « ciencia objetiva » y lo « biológicamente constante » (tesis) y la « variable naturaleza social del hombre » así como la « voluntad subjetiva de la clase » (antítesis), como Hook propone más tarde, pueden todavía tener validez únicamente como abstracciones metodológicas que ya no corresponden a la realidad; quitando el hecho de que con la aceptación de la dialéctica marxiana cualquier sobreénfasis unilateral sobre los factores históricos objetivos o subjetivos, sin la más precisa investigación acerca de la situación real, es una torpeza, siendo bastante posible que, en ciertas situaciones, el factor subjetivo juegue un papel menor y en otras un papel mayor; y aparte de los muchos defectos de la formulación de Hook, uno puede aceptar totalmente el marxismo, sin detenerse a pensar, como una síntesis de ciencia objetiva y de ciencia subjetiva de clase. Pero si Hook sitúa la ciencia objetiva, la ciencia de los hechos, la « ciencia propiamente », por encima de las clases, no ha mostrado el núcleo racional oculto detrás del concepto. Si uno es incapaz de materializar la ciencia, si sigue siendo una mera materia de conceptos, entonces el concepto de « ciencia objetiva » sólo puede confundir y se vuelve inservible para la explicación real del contenido dialéctico del marxismo, una vez que todos los métodos científicos, sin consideración del material con el que tratan, están en parte subjetivamente condicionados.

Cuando Hook dice con Marx que lo que nos interesa no es la explicación sino la transformación [del mundo], sobreentiende que es sólo el proletariado el que puede realizar el marxismo. Pero a través de esta realización el marxismo se convertirá entonces en « ciencia objetiva ». Si tomamos como nuestro punto de partida la síntesis marxiana, entonces esta síntesis sola es aún capaz de pasar como « ciencia objetiva ». Pero esta síntesis teórica es, en primer lugar, sólo el método teórico para llegar a comprender la conexión de la realidad histórica. La realidad histórica no es otra cosa que… realidad histórica; no es una ciencia. Sólo cuando los seres humanos comprenden y emplean conceptualmente esta realidad con la orientación de determinar dentro de sus limites sus propias acciones, sólo eso produce el contenido de la ciencia, la objetividad de lo que en cualquier momento particular debe ser demostrado en la práctica.

El materialista dialéctico es hoy el único método que se confirma en la práctica. Es aplicable y es demostrado experimentalmente. De aquí que esta dialéctica sea « ciencia objetiva »; ella, también, permanece por encima de las clases, como puede verse más adelante por la admisión de Hook de que continuaría operando en una sociedad comunista. Es lo contrario, sin embargo, con los tres principios fundamentales de la doctrina marxiana. Estos están ceñidos sólo al proletariado, mientras sea un proletariado; están históricamente condicionados. El materialismo histórico, la teoría de la lucha de clases y la teoría de la plusvalía sólo son concebibles y prácticamente aplicables en la sociedad burguesa (p. 97-98). Son las armas teóricas de la mayor fuerza de producción… el proletariado. Ayudan al desarrollo pleno y realización de su superior fuerza de producción y así, en un sentido materialista, ellos mismos no son nada más que elementos productivos. Sin embargo, incluso lo que Hook define con el concepto de « ciencia objetiva » no es, racionalmente considerado, nada sino una expresión de las crecientes fuerzas de producción. Detrás de la ciencia están encubiertas las fuerzas sociales de producción; si estas últimas se desarrollan, así también la ciencia, e, igualmente, en interacción dialéctica, se cumple el proceso inverso. Hook no dudará en concedernos que la ciencia debe contarse entre las fuerzas humanas de producción, pero su definición nublada de ciencia, junto con otros factores que deberemos abordar más tarde, prueban que su comprensión no es clara a respecto de la conexión íntima entre la ciencia y las fuerzas de producción. Aún si uno ha reconocido la ciencia como una fuerza de producción, también ve que incluso la « ciencia como tal » permanece escasamente por encima de las clases y está exactamente tan condicionada de modo histórico como los factores históricos del marxismo, que sólo son válidos para la sociedad de la lucha de clases. O, inversamente, que los elementos históricos del marxismo, como las fuerzas sociales de producción, sólo añaden otras nuevas a las fuerzas productivas disponibles, o a la « ciencia objetiva », y por eso son una parte de la ciencia. Si el fetichismo de la mercancía era una forma en la que las fuerzas sociales de producción se desarrollaron, entonces el marxismo es una forma superior del desarrollo de las fuerzas productivas.

Si uno quiere ilustrar el desarrollo de la dialéctica marxiana, puede sin duda tomar el camino seguido por Hook y dibujar una distinción entre ciencia objetiva y ciencia subjetiva. Pero en la base de la dialéctica, que rechaza de plano una tal distinción, uno no puede ya apelar a esa distinción excepto con el riesgo de introducir confusión en las filas del marxismo. El mismo divorcio entre la « ciencia » y el marxismo es histórico y sólo otra expresión de la separación de los obreros de los medios de producción.

II

En su ensayo El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre (1876), Friedrich Engels escribió en resumen lo siguiente:

« Primeramente el trabajo, y siguiéndolo de cerca, el lenguaje… ésos son los dos estímulos esenciales bajo la influencia de los cuales el cerebro del mono pasó gradualmente a ser el del hombre. Con el cultivo del cerebro vino de la mano el cultivo de los órganos de los sentidos… El efecto reactivo del desarrollo del cerebro, y su sentido subjetivo de la conciencia haciendose más y más claro, de la capacidad para la abstracción y formación de conclusiones, en el trabajo y el lenguaje… todo esto sirvió continuamente para inducir el desarrollo posterior de estas dos fuerzas; un desarrollo que nunca vino a cerrarse y que, por una parte, fue promovido poderosamente y, por la otra, giró en una dirección más definida por el nuevo elemento añadido con la aparición del hombre acabado… a saber, la sociedad ».

Así, según esta opinión, la conciencia y la ciencia tienen su base en el desarrollo del trabajo, o sea, en el crecimiento de las fuerzas humanas sociales de producción. Es inicialmente el trabajo del hombre, aplicado al mundo que existe independientemente del hombre, el que forma la contradicción entre el ser y la conciencia, una contradicción, es más, que no puede resolverse excepto a través de la eliminación del trabajo. A través del crecimiento de las fuerzas productivas, trayendo consigo un cambio en las formas en que se realiza la interacción material entre el hombre y la naturaleza, la naturaleza, la sociedad y la conciencia, interactuando mutuamente, también cambian. Esto sólo debido al hecho de que el hombre altera la naturaleza externa por medio del trabajo, que son alteradas su propia naturaleza y la totalidad compleja de su vida e intereses, y habiendo sido cambiados éstos, cambian de nuevo el mundo externo. Si el elemento humano-activo es al principio solamente la actividad más primitiva, corpórea, ya en conexión con esa actividad se levanta la inteligencia, que mediante la reacción transforma la actividad simple en la más complicada.

Desde este punto de vista, la « ciencia » permanece por encima de las clases solamente en tanto que, como el trabajo, se desarrolla progresivamente con las fuerzas de producción en todas las formas de vida social; pues la necesidad de trabajo permanece intacta en cualquier forma de sociedad. Pero cuanto más se desarrollan las fuerzas productivas, más condicionan los elementos sociales el proceso total del desarrollo. Marx apunta, por ejemplo, el hecho de que « en todas las formas de sociedad donde la propiedad de la tierra prevalece, la relación natural es todavía predominante; pero en aquellas donde el capital prevalece, el elemento social tiene superioridad ». La estrechez de la conexión entre el proceso de trabajo y la conciencia es revelada claramente por Marx en la sección de Feuerbach de La Ideología Alemana, donde dice:

« La división del trabajo realmente se vuelve una división sólo desde el momento en que introduce una división entre el trabajo material y el trabajo intelectual. Desde ese momento, la conciencia puede imaginarse a sí misma realmente como algo distinto que la conciencia de la práctica existente ».

Con el crecimiento acelerado de las fuerzas productivas bajo el capitalismo, su expresión teórica, la « ciencia », también está sometida a un desarrollo tal que su propia influencia sobre el proceso total creció más y más en significación. Y así como el trabajo pretérito o acumulado desarrolló nuevas condiciones… los sentidos y la conciencia… así la ciencia posterior también desarrolló nuevas tendencias peculiares a sí misma, que, sin embargo, dejan intacto el hecho básico de que la ciencia está condicionada por las necesidades sociales, que a su vez dependen de la fase de desarrollo de las fuerzas productivas. Nada muestra quizás más claramente esta dependencia que la presente crisis general de la ciencia burguesa, que corre paralela con la crisis económica general del capital. Si el capitalismo restringe el despliegue ulterior de las fuerzas productivas, también restringe la extensión de la ciencia. Ni el uno ni la otra pueden liberarse de sus trabas excepto a través de la revolución proletaria; o lo que es lo mismo, sólo esta revolución puede aún considerarse como « ciencia objetiva ». El desarrollo más amplio de los elementos racionales inmanentes en la ciencia, o sea, de las fuerzas sociales de producción, es la misión histórica de la clase obrera, que en concordancia con ello será identificada con la ciencia. O los propios científicos se vuelven revolucionarios, o en otro caso dejan de ser científicos.

III

La identificación reformista de la « ciencia » con el « marxismo », que Hook considera (p.25) como una de las razones de la desviación del viejo movimiento obrero del verdadero marxismo, no tiene su origen en el « malentendido » o en la interpretación falsa del marxismo, sino en el hecho real de la capitalización creciente del viejo movimiento obrero. Realmente no es aquí una cuestión de una identificación, sino de la aceptación de la ciencia burguesa, junto con la aceptación de las relaciones burguesas en las que uno lucha con otros grupos por la porción de plusvalía de uno de ellos. El marxismo no fue convertido en una ciencia sino que, primero prácticamente, y luego también teóricamente, fue completamente abandonado. Desde que el capital liberó las fuerzas de producción y también desarrolló la ciencia, y al mismo tiempo hizo de la vida, en cuanto al « marxismo oficial » concernía, un festín continuo, el reformismo se identificó él mismo con este desarrollo. El mundo capitalista era también el mundo del reformismo, que vio en el desarrollo de este mundo capitalista y de su ciencia la « conciencia absoluta » en desarrollo, que un día introduciría el socialismo a través del mero cambio de lugar entre el capital privado y el estado burocrático, y que no vio en el desarrollo histórico nada más que la adaptación de la verdadera relación a través del espíritu. Esta ideología estaba históricamente confinada al periodo de ascenso del capitalismo, y era sólo la expresión intelectual de las contratendencias económicas que retardaban el rápido derrumbe del sistema capitalista.

En la crisis capitalista, la identificación del marxismo con la ciencia no es sólo la expresión subjetiva de clase del proletariado sino actualmente, realmente, la única ciencia, pues solamente el marxismo admite la continuidad de una práctica social progresiva. Si algo es « verdadero » (no para la eternidad, sino durante el proceso temporalmente condicionado de la interacción material entre el hombre y la naturaleza, un proceso cuya forma está continuamente cambiando), sólo es revelado mediante la práctica. Mientras la ciencia llevó más allá las fuerzas de producción, y éstas a su vez promovieron la ciencia, esta ciencia (burguesa) era objetiva y « verdadera », una vez que hacía posible una práctica y era, al mismo tiempo, un resultado de esta práctica. Aunque el cambio aconteciese con falsa conciencia, una vez que en la sociedad de clases la ideología ocupó el lugar de la conciencia, el cambio ocurrió. Y si fue cambiada la realidad, así también necesariamente la conciencia, lo que mismamente se expresa en el debilitamiento de la ideología capitalista. El nivel de las fuerzas productivas en el capitalismo, la relación capitalista de producción, la ciencia burguesa en todos sus aspectos, que era la ciencia « objetiva »: la ciencia propiamente dicha. Esto es encarado por el proletariado como su antítesis.

Para el proletariado en la fase de avance del capitalismo, no había ninguna ciencia en absoluto; el proletariado no tenía todavía una práctica propia. La « lucha de clases », que fue dominada por el reformismo, no sólo prestó vigor a la ciencia burguesa, porque esa lucha también sirvió como un incentivo al desarrollo superior de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. Si los salarios de los obreros aumentaban, la explotación se incrementaba más rápido. Esta práctica era, también, una práctica completamente burguesa. Pero esta práctica era necesaria para desarrollar las fuerzas productivas capitalistas cuantitativamente, a una magnitud tal que las relaciones productivas estuviesen obligadas a asumir otras formas. Y, al principio, en el punto que marca el límite del desarrollo capitalista de las fuerzas productivas, sólo entonces se divorcia la lucha de clases de la práctica burguesa y a partir de aquí, debido a que a través de este divorcio la lucha de clases suprime toda práctica burguesa, se convierte en la única práctica: la lucha de clases se vuelve ciencia. Y llegado este punto, ya nada fuera de esta lucha es ciencia. La negación de la negación determina, con la desaparición de la burguesía y del proletariado y su conversión en seres humanos, también la desaparición de los conceptos « objetivo » y « subjetivo » de la ciencia y su conversión en « ciencia », [determinando] los elementos racionales de los que luego forma [esta] su contenido natural y obvio.

Si los medios de producción en el capitalismo aparecen bajo la forma de capital, si la fuerza de trabajo aparece como capital, no menos lo hace la ciencia. La tarea del proletariado consiste en derribar la relación del capital. Incluso en su tegumento o corteza capitalista, fetichista, las fuerzas de producción, y por tanto también la ciencia, son realidades completas, siendo por supuesto el fetichismo sólo la relación objetivizada entre personas que es indiferente al carácter material de los elementos reales de la vida. El proletariado no opone nada a estas realidades, sino que simplemente las libera su corteza fetichista. « Su propio movimiento social », dice Marx, hablando de la sociedad capitalista, « le parece poseer la forma de un movimiento de cosas por medio del cual es dominada en lugar de dominarlas ». El comunismo, el proletariado, abole este fetichismo que, de hecho, sólo era capaz de desarrollar las fuerzas productivas durante un periodo histórico y que, a través de la acumulación de este proceso, se convierte en su contrario, en un estorbo al desarrollo ulterior de las fuerzas productivas.

IV

La ciencia burguesa significó una práctica social progresiva; en cuanto ayudó desarrollar las fuerzas sociales de producción, permaneció « por encima de las clases ». Fue una fase del proceso de desarrollo general, y mientras no refrenó prácticamente el proceso, la fase álgida de la ciencia. Marx no opuso a la ciencia de la burguesía la del proletariado, sino la revolución. Del mismo modo, opuso a la dialéctica de Hegel no una dialéctica del proletariado, sino que el proletariado era para él la actualización del proceso dialéctico de desarrollo de la sociedad capitalista. Desde el reino del concepto él trasplantó la dialéctica en el reino de la realidad, así como no opuso contra la teoría burguesa del valor la teoría del valor del proletariado, sino que poniendo al descubierto el fetichismo de las mercancías reveló el contenido actual o real del valor.

La filosofía burguesa no podría ir más allá de Hegel; el fetichismo de la mercancía veda la materialización de la dialéctica, así como la dialéctica idealista, económicamente expresada, no es otra cosa que el fetichismo de las mercancías. Sólo la existencia del proletariado posibilitaba la materialización de la dialéctica, hacía posible el marxismo. El periodo de la lucha de clases necesariamente contiene todavía elementos burgueses y continuará haciendolo hasta que haya finalizado. Pero el crecimiento de la lucha de clases es ya el proceso de actualización de la nueva sociedad. La revolución victoriosa acaba con la destrucción completa de la ciencia burguesa; para entonces el proletariado, que deja de ser proletariado, se ha apropiado completamente de los elementos racionales de esa ciencia, los ha tomado dentro de sí mismo.

En resumen, […] para el marxismo, la ciencia, en último análisis, es trabajo humano acumulado. Una cierta cantidad de trabajo social humano altera, es decir, agranda, incrementa, las fuerzas sociales de producción. Esto hace necesario un cambio en las relaciones de producción, y esto a su vez cambia la totalidad de la superestructura intelectual. Las relaciones productivas, por reacción, condicionan el proceso de trabajo de nuevo y conducen siempre a formas externas nuevas, progresivas.

Si Marx nunca se cansaba, como Hook insiste (p.85), de diferenciar entre los procesos naturales de desarrollo y aquéllos del hombre en la sociedad, era porque la dialéctica materialista de Marx consiste en señalar la manera en que, a lo largo de todas las formas de sociedad, el proceso de interacción entre el hombre y la naturaleza desarrolla las fuerzas productivas. Este proceso se ilustra en el desarrollo de los modos de producción, esto es, cómo y con qué instrumentos y métodos se efectúa la producción. La contradicción determinante es la existente entre el hombre y la naturaleza, entre el ser y la conciencia, y esta contradicción es desarrollada a partir del trabajo. Dentro de este proceso se desarrollan nuevas contradicciones, que por reacción llevan de nuevo más hacia adelante el proceso general. En este proceso los factores conscientes llegan a desarrollarse a una tal magnitud, especialmente a través de la división social del trabajo, que ya no tiene ningún sentido la distinción entre causa y efecto; cualquier separación entre el ser y la conciencia se ha vuelto imposible… siempre están fundiéndose. Lo tomado como base no tiene nada más que hacer con nuestros resultados finales, y estos resultados finales siempre están formando nuevos puntos de partida, por lo cual estar distinguiendo continuamente entre la causa y el efecto se hace imposible. Y aún en este proceso dialéctico la base última continúan siendo las necesidades humanas de la vida; permanece siendo material, actual. Lo que domina el pasado domina también el presente, lo que permitió a Marx en El Capital, decir también para el futuro:

« El reino de la libertad comienza, en realidad, sólo allí donde ese trabajo, que está determinado a través de la necesidad y la intencionalidad exterior ya no existe; por consiguiente, se extiende, por la naturaleza de las cosas, más allá de la esfera de la producción material efectiva.{Así como el salvaje debe luchar con la naturaleza para satisfacer sus necesidades, para conservar y reproducir su vida, también debe hacerlo el civilizado, y lo debe hacer en todas las formas de sociedad y bajo todos los modos de producción posibles. Con su desarrollo se amplía este reino de la necesidad natural, porque se amplían sus necesidades; pero al propio tiempo se amplían las fuerzas productivas que las satisfacen.} En este terreno, la libertad sólo puede consistir en el hecho de que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente esta interacción, este metabolismo entre ellos y la naturaleza, situándolo bajo su control comunal, en lugar de ser dominados por él como por un poder ciego; llevando a cabo esto con el menor gasto de energía y bajo las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana. Pero este seguirá siendo siempre un reino de la necesidad. Más allá del mismo empieza el desarrollo de las fuerzas humanas, considerado un fin en sí mismo, el verdadero reino de la libertad, el cual, sin embargo, sólo puede florecer, prosperar, sobre la base de aquel reino de la necesidad. {La reducción de la jornada laboral es la condición básica.} ». (entre {} fragmentos omitidos por Mattick, N. Traductor)

V

En el prefacio de su libro, Hook (p. X) se ha tomado la molestia de anticiparse al reproche de pasar de contrabando factores idealistas dentro del marxismo. Pero su dialéctica, que falla al asumir una visión racional de la ciencia, y que es puramente conceptual, se hunde nada menos que en el idealismo. Desconoce, por ejemplo, qué buscar detrás de la categoría valor o detrás de la economía política. En su distinción entre « ciencia » y « marxismo » desde una base puramente científica, no ha llegado realmente más allá que Hegel. La ciencia teórica del proletariado es práctica o no es ciencia. La dialéctica marxiana no es una ciencia especial, « subjetiva »; es la práctica de la revolución proletaria, y es teórica sólo en la medida en que esta teoría es la práctica concreta, la actividad real.

Que Hook está lejos de ser claro en este punto se demuestra por el hecho de que, aunque está deseoso de tener elaborada una distinción entre ciencia y marxismo, rechaza la aplicación de esta distinción respecto a la economía. Desde nuestro punto de vista, no hay ninguna distinción que hacer entre ciencia y marxismo, y de aquí que tampoco entre la economía y la economía política. Pero la negativa a esta distinción para la economía, mientras es aceptada en la ciencia, es, sobre la base de la argumentación de Hook, una señal de completa confusión y retroceso a la dialéctica idealista. Por ejemplo, cuando Hook reprocha a Engels prestar apoyo al reformismo, que hizo del marxismo una ciencia, a través de su tendencia monista, lo cual sale a la luz más claramente en su prólogo al segundo y tercer volúmenes de El Capital, Hook ilustra sólo su propia percepción incompleta de la naturaleza real del marxismo. Escribe (p.29-30):

« Pero más importante todavía, en lo que respecta a la realización y publicación del segundo y tercer volúmenes de Das Kapital, Engels dio curso final a la noción de que las teorías económicas de Marx constituían un sistema hipotético-deductivo del tipo ejemplificado por las teorías científicas en general, en lugar de ser una ilustración de un método de crítica revolucionaria. Al hacer eso Engels fracasó al desarrollar las importantes implicaciones sociológicas y prácticas de la doctrina de Marx del « fetichismo de las mercancías ». Se consagró a la tarea de explicar cómo la ley de la caída de la tasa de ganancia podía ser cuadrada a la vez con el hecho empírico de que la tasa de ganancia era la misma independientemente de la composición orgánica del capital, y con la definición de la fuerza de trabajo del valor de cambio…

En ninguna parte, por lo que sé hasta ahora, comenta Engels, sobre las propias palabras de Marx en el prólogo a la segunda edición del primer volumen, « que la economía política sólo puede seguir siendo una ciencia mientras la lucha de clases está latente o se manifiesta sólo en fenómenos aislados o esporádicos ». No podrá insistirse con suficiente fuerza que Marx no concibe Das Kapital para ser una exposición deductiva de un sistema natural y objetivo de economía política, sino como un análisis crítico –sociológico e histórico– de un sistema considerado objetivo. Su subtítulo es Kritik der Politischen Oekonomie (Crítica de la Economía Política). La crítica exige un punto de partida, una posición. El punto de vista de Marx era el punto de vista de la conciencia proletaria de Europa occidental. Su posición implicó que un sistema económico en su base es siempre una economía de clase ».

Después, Hook viene a asertar que Engels percibió su error; y Hook reproduce en el apéndice de su libro una serie de cartas de Engels designadas a confirmar esta declaración. Pero es imposible, incluso para Hook mismo, sacar más de estas cartas que que Engels lamenta en ellas el hecho de que Marx y él, en el apuro del trabajo, habían dedicado demasiado poca atención a los momentos subjetivos de la historia. No hay una palabra de revisión del punto de vista reproducido por él en el prólogo a El Capital, que era considerado allí no sólo como una crítica de la economía política sino como el análisis de las leyes del movimiento social en general.

Según Hook, Das Kapital consistió sólo en una crítica de la economía política, que reveló, desde el punto de vista del proletariado, el carácter puramente histórico del capital. ¿Pero cómo revela esta crítica el carácter transitorio de la producción capitalista? ¿Por qué la crítica es capaz de poner esto al descubierto? « A causa de que el proletariado quiere cambiar la sociedad », afirma Hook más tarde, « la voluntad descubre por consiguiente, en el modo de producción económico, el factor decisivo en la vida social » (p.181). Para Marx, sin embargo, no es la voluntad sino la existencia del proletariado, no las relaciones de producción sino el desarrollo de las fuerzas productivas (que determina la voluntad, así como ésta determina las relaciones sociales), lo que es el punto de partida para su estudio histórico. Das Kapital revela la contradicción más amplia entre el hombre y la naturaleza como una contradicción que todos los órdenes sociales han condicionado, y que impulsó el desarrollo de las fuerzas productivas. Indica también las más angostas contradicciones que surgen dentro de este proceso, por medio de las cuales se forman las relaciones de producción y son de nuevo destruidas. Si la ciencia burguesa no es para Hook la única ciencia, la ciencia en general, entonces no tiene derecho a considerar la economía política burguesa como la economía general. Pero mientras en el caso anterior, siguiendo a Hook, la ciencia permanece por encima de las clases, uno no está justificado, a su vez según Hook, a poner la economía por encima de las clases. Para nosotros, sin embargo, la economía política, como la ciencia burguesa, es un nivel alcanzado del desarrollo humano general, objetivo y verdadero en la medida en que es progresivo. Reconocerlo como un nivel histórico presupone un conocimiento del carácter, de los rasgos generales, de las leyes de la transformación social. Este reconocimiento era obstaculizado por la dominación de clase; fue en primer lugar la existencia del proletariado como una clase que abole todas las clases [ *], lo que posibilitó el conocimiento de las leyes de la transformación social, un conocimiento que, no obstante, debe primero volverse práctico para ser capaz de vivir de acuerdo a sus propias leyes.

La economía política no es una categoría eterna, por la razón de que es sólo la relación cosificada, objectivizada (intercambio) entre los seres humanos que oscurece con su sombra el contenido real de la economía. Las categorías económicas con que Marx operó estaban dadas objetivamente; pertenecen a la sociedad burguesa. La crítica de Marx consistió en el hecho que las iluminó con la conciencia correcta, la del proletariado, no con la necesariamente falsa de la burguesía. La conciencia fetichista, falsa, condicionada por el nivel de las fuerzas productivas, y que tenía que detenerse con Hegel, Ricardo y Adán Smith, no pudo, como Marx, quien vio en el proletariado la antítesis de la sociedad burguesa, ver teóricamente la síntesis que descubrió primero la característica común a todas las sociedades. Marx apuntó, por ejemplo, cómo la manufactura se desarrolla a partir de la división social del trabajo, a partir de la manufactura el sistema de la fábrica moderna, que a su vez avanza para convertirse en capital monopolista. El dinamista, Marx, se dirigió a una materia « disparatada » tal como la reproducción simple meramente para demostrar la imposibilidad del sistema. En todo lo cual, Marx quería mostrar que las fuerzas productivas son la base de todas las relaciones de producción. En el comunismo, también, se desarrollarán más allá las fuerzas productivas, la « economía ». Si las fuerzas productivas en crecimiento originan las relaciones burguesas de producción y el desarrollo superior de las fuerzas productivas, por lo que estas últimas determinan a su vez el ritmo de su [propio] desarrollo ulterior, y llegado un cierto punto de su desarrollo están constreñidas por las relaciones de producción. Ya que no existe ningún equilibrio (estática), estas relaciones tienen que ser transformadas. En este proceso necesariamente general, en este proceso material, la « economía política » representa meramente un cierto nivel, pero un nivel significativo en el cual ella es la condición preliminar para un periodo de la historia humana [en el] que obre con la conciencia correcta y, por consiguiente, domine los acontecimientos en lugar de ser determinada por ellos. Ya en la Introducción a la Crítica de la Economía Política, Marx deja esta conexión clara, lo que nos demuestra que la crítica de la sociedad burguesa era al mismo tiempo la puesta al descubierto de las leyes del movimiento económico en general. Dice:

« La sociedad burguesa es la organización histórica de la producción más altamente desarrollada y más compleja. Las categorías en las que se expresan sus relaciones, la comprensión de su estructura, permiten al mismo tiempo entender la estructura productiva y las relaciones de producción de todas las formas pasadas de sociedad, sobre las ruinas y elementos de los que ha sido edificada. De estas sociedades arrastra consigo, en toda su extensión, todavía vestigios no sometidos, así como meras insinuaciones que se han desarrollado hasta convertirse en nociones perfeccionadas. La anatomía del hombre es la clave para la anatomía del mono ».

Así, poniendo al descubierto las leyes del movimiento capitalista Marx ha puesto al desnudo las leyes del movimiento social en general. Engels tenía razón, por consiguiente, cuando vio en Das Kapital más de lo que Hook, para quien es simplemente una crítica. Y cuando Engels, al pesar de Hook, en lugar de preocuparse del fetichismo de las mercancías, se involucra en los problemas de la tasa media de ganancia, la teoría del valor, etc. para mostrar que todos los fenómenos capitalistas pueden remontarse a la ley de valor, no estaba haciendo otra cosa que en lo que falló según la opinión de Hook: estaba revelando el carácter fetichista de las mercancías. Este fetichismo oculta el proceso real, pero no lo cambia. Sólo una conciencia falsa, atrapada en la red del fetichismo, se confunde con el mercado y los problemas de precios y falla en comprender que todos los movimientos del capital son gobernados por la ley de valor como por una ley interna. Que Marx sostuvo la misma visión y, como Engels afirma, quería mas que una crítica, es mostrado por el siguiente pasaje de una carta escrita por Marx en 1886 con referencia a un crítico de su concepto de valor:

« El pobre tipo no alcanza a ver que, aún si mi libro no contenía un solo capítulo sobre el valor, el análisis que doy de las relaciones reales contendría la evidencia y la demostración de las relaciones reales del valor. La tontería a cerca de la necesidad de demostrar el concepto de valor se apoya sobre la más completa ignorancia de la materia en cuestión y de los métodos de la ciencia. Que cualquier nación que dejase de trabajar, no diré durante un año, sino durante unas pocas semanas, se moriría de hambre, es sabido por cualquier niño. También sabe que las masas de productos que corresponden a las diferentes necesidades exigen determinadas masas del trabajo social total diferentes y cuantitativamente determinadas. Que esta necesidad de la división social del trabajo en determinadas proporciones no puede en absoluto ser abolida por razón de la forma determinada de la producción social, sino que sólo puede cambiar su modo de manifestarse, es obvio. En absoluto pueden abolirse las leyes naturales. Lo que puede cambiarse en condiciones históricamente diferentes es sólo la forma en la que estas leyes operan. Y la forma en la que esta división proporcional del trabajo opera, en un estado de sociedad en el que la interrelación del trabajo social se afirma como intercambio privado de los productos individuales del trabajo, no es otra cosa que el valor de cambio de estos productos ».

Y, así, Das Kapital se construye sobre una doble perspectiva del desarrollo: por un lado, observa el desarrollo como un proceso natural y, por el otro, Marx lo trata según la forma histórico-social que asume en un período particular. En el capítulo sobre el carácter fetichista de las mercancías, Marx muestra lo que realmente es el valor de cambio. No es algo natural, sino una relación social mediante la cual la sociedad está determinada como un objeto real. El valor del cambio, la producción de valor, es simplemente una expresión del atraso social, y tiene su fuente en el todavía insuficiente desarrollo de las fuerzas de producción. Es, por consiguiente, una categoría histórica, que es superada por las crecientes fuerzas de producción. Por eso el fetichismo de las mercancías muestra simplemente que el hombre no está aún en posición de dominar la producción, y consecuentemente la producción gobierna al hombre.

En el ejemplo de Robinson Crusoe, que Marx emplea en la discusión acerca del comunismo, muestra lo que retorna del valor de cambio, y luego en el tercer volumen de El Capital dice: « como los precios pueden regularse, se ve que la ley del valor gobierna su movimiento ». Según Hook, en las tan poco importantes excursiones de Engels en su prólogo al segundo y tercer volúmenes de El Capital, éste meramente enfatiza esta frase de Marx, que no es sino una ilustración del carácter fetichista de las mercancías, un carácter que no admite el tiempo de trabajo socialmente necesario como medida del valor, aunque en realidad opera a pesar de todas las modificaciones. Así pues, la economía política es la expresión de la forma social en que, en un cierto nivel de la historia, operan las leyes naturales. Y en este nivel capitalista, el valor no puede comprenderse por la falsa conciencia de la burguesía. Si la economía burguesa estaba interesada en la manera en que era determinado el precio de mercado, si de acuerdo con esto estaba satisfecha con la ley de la oferta y la demanda, entonces Marx inquirió sobre el origen del precio y lo encontró en la ley del valor. De este modo, él descubrió el fetichismo de las mercancías como la « conciencia » social bajo el capitalismo, en el que los obreros están separados de los medios de producción. No es hasta que esta separación entre productores y medios de producción sea abolida que, la sociedad de la mercancía, con la falsa conciencia que es necesariamente parte de ella, puede ser suprimida. Y sólo sobre la base de este fetichismo es posible la distinción entre « ciencia » y « marxismo ». La abolición del primero está sujeta a la abolición de la segunda. Teóricamente, esto ya está presupuesto en el marxismo, pues el hombre construye en su cabeza antes de actuar. Marx fue capaz de actualizar la dialéctica hegeliana, el marxismo sólo puede actualizarse a través de la Revolución. O, como lo expresa Marx: « No es suficiente que el pensamiento se abra paso para llegar a ser realidad, [actualidad,] la realidad [o actualidad] misma debe abrirse paso para llegar a ser pensamiento ».

VI

Dado que Hook no ve en Das Kapital el descubrimiento de las leyes del movimiento social, sino sólo la crítica (condicionada por la voluntad del proletariado) de la economía burguesa, Das Kapital no es para él la actualización teórica de la dialéctica materialista sino « la aplicación del materialismo histórico a los « misterios » del valor, el precio y la ganancia » (p.187). En otras palabras: ya que, según Hook, las relaciones de producción determinan el pensamiento y las acciones de los seres humanos, Marx desarrolló desde el punto de vista del proletariado su crítica de la economía burguesa, que es simple crítica y nada más. Si el proletariado gana, entonces en consecuencia El Capital de Marx queda meramente como un documento histórico, lleno de los pensamientos de una clase que sufrió bajo la dominación del capitalismo. El materialismo histórico no es aquí una parte del desarrollo dialéctico sino que está divorciado de él; no es un elemento productivo, sino una visión de la vida (una comprensión del mundo). « No obstante », como Marx escribió en relación a su crítico ruso en el prólogo al primer volumen de El Capital, « que otra cosa está describiendo sino el método dialéctico? ». Pero para Hook, Das Kapital es sólo una ideología, y a partir de este punto de vista dice (p.181):

« Lo que justifica a Marx y Engels para sostener que el modo de producción económico es el factor decisivo en la vida social es la voluntad revolucionaria del proletariado que se prepara para actuar sobre esa asunción… Sólo porque queremos cambiar la estructura económica de sociedad, buscamos la evidencia del hecho de que, en el pasado, el cambio económico ha tenido un efecto profundo sobre toda la vida social y cultural. Porque queremos cambiar la estructura económica de la sociedad, afirmamos que esta evidencia del pasado junto con nuestra actividad revolucionaria en el presente constituye una causa suficiente para creer que la proposición general de que « en última instancia el modo de producción económico determina el carácter general de la vida social », será verdad en el futuro próximo. »

Aunque, siguiendo a esto, continua con la afirmación de que lo que queremos y cuando lo queremos no pueden derivarse de un deseo de acción independiente, absoluto, sino que están históricamente condicionados, todavía en su interpretación la voluntad permanece divorciada de la conciencia. No hay aquí ninguna interacción ni totalidad dialéctica. A pesar de todas las concesiones materialistas e inconsistencias idealistas, el punto de vista sigue siendo que vemos el factor determinante en el modo de producción económico sólo porque queremos cambiar las relaciones económicas. La voluntad, sin embargo, tal y como pueda ser condicionada, sigue siendo para Hook el fundamento decisivo. La seriedad con que acepta esta perspectiva puede verse en su descripción del modo en que se produce el cambio social. Escribe (p.84):

« A partir de las condiciones objetivas, sociales y naturales (tesis), surgen las necesidades y propósitos humanos que, reconociendo las posibilidades objetivas en la situación dada (antítesis) preparan el curso de la acción (síntesis) proyectado para actualizar estas posibilidades. »

La acción, que para Hook es idéntica a la voluntad, forma la síntesis. Para Marx, sin embargo, la síntesis es algo diferente; aquí el proletariado, como la antítesis de la sociedad burguesa, ya contiene lo que forma el contenido de la síntesis de Hook. La síntesis marxiana presupone la acción exitosa; se sitúa detrás de la voluntad. Es el resultado de la negación de la negación, es la sociedad comunista. El crecimiento del propio proletariado no es sólo el crecimiento de la miseria proletaria sino también de la conciencia de clase y de la acción. Este proceso total se transforma, en un cierto nivel de desarrollo, en la revolución. « Was der Mensch will, das muss er wollen. » (« Lo que el ser humano quiere, es lo que debe querer »). La voluntad es inseparable del proletariado; la existencia del proletariado como una fuerza material de producción es al mismo tiempo la existencia de la voluntad. Toda puesta aparte o sobreénfasis de la voluntad debe evitarse. Podemos decir, antes bien, con Engels: « Una revolución es un puro fenómeno de la naturaleza, dirigido más de acuerdo con leyes físicas que según las pautas que en los períodos ordinarios condicionan el desarrollo de la sociedad. O más bien, estas pautas asumen en el curso de una revolución un carácter mucho más físico, el poder material de la necesidad se manifiesta más contundentemente ». El poder material es idéntico con la voluntad así como con la conciencia. En las épocas ordinarias (reformismo) a estas facultades se atribuyen necesariamente más valor del que poseen, por eso se vuelven nuevamente idealistas y falsas. En las épocas revolucionarias no importa en que medida existan la voluntad y la conciencia, estos factores siempre permanecen a distancia tras el poder material real de la revolución.

El proceso revolucionario real está mucho más estrechamente relacionado con los procesos de la naturaleza de lo que somos capaces de concebir en un periodo no revolucionario; el factor « humano » (ideológico) en el desarrollo se vuelve más insignificante. Diez mil seres humanos hambrientos con la más clara conciencia y la voluntad más fuerte no significan nada en ciertas circunstancias; diez millones pasando hambre bajo las mismas circunstancias, sin la conciencia y la voluntad específicamente humana, pueden significar… la revolución. Los hombres se mueren de hambre con y sin la conciencia y la voluntad, pero en cualquier caso no se mueren de hambre a la vista de la comida. Y cuando Hook en el curso de su exposición se refiere a los millones de seres humanos que perecieron por la falta de conciencia de clase, está, después de todo, meramente señalando el hecho de que ni siquiera la presencia de la conciencia de clase podía impedir la inanición. Por otra parte, no plantea ningún caso en el que millones de seres humanos se fuesen hambrientos a la vista de la comida. En tal caso no estarían pasando hambre, sino que habrían tomado posesión de la comida y, en tanto lo hacían, se volverían… conscientes de su clase.

Esta sobreestimación, o una estimación bastante equivocada del papel de la conciencia, lleva a Hook a sobreestimar también el papel del partido y, en el sentido más estrecho, del papel del individuo en el proceso histórico; un papel que no concibe históricamente, sino del todo absolutamente. Con el propósito de llegar al papel del genio, pregunta, por ejemplo (p.169):

« ¿Habría la Revolución rusa tenido lugar en octubre de 1917, si Lenin hubiese muerto en el exílio en Suiza? ¿Y si la Revolución rusa no hubiera tenido lugar cuando lo hizo, habrían tomado el mismo curso los acontecimientos subsiguientes en Rusia? »

El mismo juego se continua con otros estadistas y científicos, y luego Hook se vuelve ásperamente contra Engels, Plechanov y otros, que sostuvieron el punto de vista de que todo periodo que necesita grandes hombres también los crea. Hook contesta (pp.171-172):

« Con todo el debido respeto, esta posición me parece ser un notorio sin sentido… Argumentar que si Napoleón no hubiese vivido, algún otro y no él habría sido Napoleón (es decir, habría realizado la obra de Napoleón) y entonces ofrecer como evidencia el hecho de que siempre que un gran hombre era necesario había sido encontrado, es lógicamente infantil… ¿Dónde estaba el gran dirigente escondido cuando Italia estaba objetivamente lista para la revolución en 1921 y en Alemania en 1923?… No hay imperativos en la historia; sólo hay probabilidades. »

Para contestar sobre el mismo planteamiento, podemos decir, primero, igual que Hook ha declarado en otro lugar, que sólo la práctica demuestra si una verdad es cierta, por lo cual también si un gran hombre es realmente tal. Y esta práctica es la práctica social. Por ejemplo, si la sociedad no hubiera presupuesto (el mecanismo en la manufactura), actualizado (la división del trabajo) y aplicado el conocimiento de Newton, el genio de Newton habría muerto con él. Si el proceso de capitalización no le hubiera dado a Francia tal poder ofensivo y defensivo, el genio de Napoleón habría muerto quizás como un lugarteniente más solitario que en St. Helena. La sociedad determina lo que es genio. La Revolución rusa es independiente de Lenin, e incluso el período en que suceció no fue en lo más mínimo condicionado por él, sino por una serie interminable de factores entretejiendose, en los que el genio de Lenin es absorbido, y sin lo cual no puede ser entendido. El hecho de que los bolcheviques tuviesen éxito tomando el poder político en una revolución sobre la cual no tenían el mando está, por supuesto, en parte en relación directa con los bolcheviques y también en parte con la personalidad de Lenin. Pero la idea que sin Lenin el curso de la historia rusa habría sido decididamente diferente está por debajo del nivel de la investigación marxista, que constantemente remonta la historia a las necesidades de la vida social. La Revolución rusa no se adaptó a Lenin, sino que Lenin se adaptó a la Revolución rusa. Sólo debido a que aceptó el movimiento revolucionario ganó la influencia sobre él, se convirtió en un órgano ejecutivo para él. El alto grado en el que Lenin estaba condicionado por el curso actual de la revolución, y que poco determinó él su desarrollo, se muestra por el modo en que revisó su obra después de la revolución. Esto se expresa muy claramente en un discurso que dio en octubre de 1921, cuando dijo:

« La revolución democrático-burguesa ha sido conducida hasta su término por nosotros como por ningún otro… No habíamos calculado suficientemente en relación con nuestro plan de poner en funcionamiento la producción socializada y el modo comunista de distribución de los productos entre los pequeños campesinos, mediante la orden directa del Estado proletario. La vida nos ha mostrado nuestros errores. Una serie de fases de transición –capitalismo de estado y socialismo– se requerían para preparar el camino para el comunismo. Esto involucrará trabajo, extendiéndose durante un gran número de años. No es directamente por la vía del entusiasmo, sino con la ayuda de los intereses personales, del interesamiento personal, con la ayuda del cálculo económico, como debeis construir un puente material que, en la tierra de los pequeños campesinos, lleve a través del capitalismo de Estado al socialismo; de ninguna otra manera podemos llegar al comunismo. Esto se nos reveló por el proceso objetivo de desarrollo de la Revolución… El Estado proletario debe convertirse en un propietario prudente, cuidadoso y hábil, el distribuidor mayorista del futuro; de ninguna otra manera la tierra de los pequeños campesinos puede alzarse a un alto nivel económico. Distribuidor mayorista; eso parece ser un tipo económico justo tan lejano del comunismo como el cielo de la tierra. Pero esta es simplemente una de las contradicciones que, en la vida real, conduce de la empresa de labranza de los pequeños campesinos, a través del capitalismo de Estado, al socialismo. El interesamiento personal promueve la producción. El comercio mayorista sirve para unir a millones de pequeños campesinos económicamente, despierta su interés, los lleva a la próxima fase: las varias formas de ligación, de unión en la producción misma. »

El curso de la Revolución rechazó, primero, todas las viejas ideas bolcheviques que todavía estaban estrechamente ligadas el capitalismo de Estado de Hilferding, y forzaron la adopción del comunismo de guerra como la nueva doctrina; y entonces el curso real de los desarrollos también rechazó esta nueva « construcción » y tomó un giro más puro al capitalismo de Estado. Por eso la Revolución rusa es un ejemplo clásico del hecho de que el curso de desarrollo no está determinado por las ideas de los grandes hombres sino por la práctica socialmente necesaria. Si la Revolución rusa sin Lenin habría tomado otro curso que el del Estado capitalista único quizás no es de ningún valor discutirlo, pues el propio Lenin sostuvo que el capitalismo, no sólo en la Europa occidental sino también en Rusia, estaba suficientemente avanzado y que la próxima fase sólo podía girar al socialismo. Lenin consideró el imperialismo como « el capitalismo en su forma de transición, capitalismo parasitario o en estancamiento ». El imperialismo llevó, de acuerdo con Lenin, simplemente a la socialización universal de la producción: « Arrastra al capitalista, contra su voluntad, a un orden social que ofrece una transición de la completa libertad de competencia a la completa socialización ». La guerra, según Lenin, había transformado el capitalismo de monopolios en la forma del « Estado-monopolista »; el « capitalismo de Estado monopolista-militarista » es, sin embargo, un « preparación material para el socialismo en completamiento, la puerta de entrada a él ». Con la conquista del poder estatal y la expropiación de los bancos, pensó que el capitalismo de Estado podría transformarse muy rápidamente en socialismo. Llevar a cabo la economía capitalista del Estado en Rusia era, por consiguiente, en la perspectiva de Lenin, sólo la anticipación de la circulación real del capital. Lo que se cumplía era la consecuencia capitalista de la monopolización en avance. El partido aceleró lo que necesariamente vendría, finalmente, incluso sin esta aceleración.

Que este curso capitalista se modificó por medio de la influencia de los bolcheviques es indiscutible, pero permanecía siendo capitalista, y además, la modificación se limitaba a velar la naturaleza real de la reversión al capitalismo, o de la formación de una nueva falsa conciencia. Así, encontramos a Bucharin, en una conferencia gubernamental hacia el fin de 1925, expresándose como sigue: « ¿Si confesamos que las empresas nacionalizadas son empresas capitalistas, si decimos esto abiertamente, cómo podemos luego dirigir una campaña por un mayor rendimiento? En fábricas que no son puramente socialistas, los obreros no incrementarán la productividad de su trabajo. »

La práctica rusa no se dirige según los principios comunistas, sino que sigue las leyes de la acumulación capitalista. ¿Qué otras leyes seguiría si Lenin y los bolcheviques no hubiesen ganado? También tenemos en Rusia, aunque en una forma modificada, una producción de plusvalía bajo el camuflaje ideológico de la « construcción socialista ». La relación salarial es idéntica a la de la producción capitalista, formando también en Rusia la base para la existencia de una burocracia creciente con privilegios en ascenso, una burocracia que, al lado de los elementos capitalistas privados que todavía están presentes, será estrictamente estimada como una nueva clase que se apropia para sí del plustrabajo y la plusvalía. El mismo hecho de la existencia de la relación salarial significa que los medios de producción no son dominados por los productores sino que permanecen por encima y contra ellos en la forma de capital, y esta circunstancia compele además a un proceso de reproducción en la forma de acumulación de capital. Esto último, sobre la base de la ley marxiana del valor, con la cual la situación rusa también debe ser iluminada, conduce necesariamente a la crisis y al derrumbamiento final. La ley de la acumulación es al mismo tiempo la acumulación del empobrecimiento, y por esa razón también los obreros rusos están actualmente haciéndose más pobres al mismo ritmo que el capital se acumula. La productividad de los obreros rusos aumenta más rápidamente que sus salarios; del producto social creciente ellos reciben una porción relativamente cada vez más pequeña. Para Marx, este empobrecimiento relativo de la población obrera en el curso de la acumulación es sólo una fase del empobrecimiento absoluto; es sólo otra expresión de la creciente explotación de los trabajadores, y apenas puede haber duda de que incluso sin Lenin y la Revolución rusa nada más podría ocurrir en Rusia que la explotación creciente. Únicamente alguien que, como Hook, confunde el contenido de la Revolución rusa puede plantear la cuestión acerca de si la historia rusa sin Lenin habría tomado cualquier otro curso que el que realmente siguió. Ciertamente, habría procedido con ideologías diferentes, banderas diferentes, jefes diferentes, y con un ritmo diferente, pero para el proletariado existente estas diferencias son completamente insignificantes. Y desde que la revolución de la que estamos hablando es proletaria en el nombre, uno sólo puede preguntar: ¿qué ha sido cambiado, como resultado de la Revolución y de la existencia del genio Lenin, en lo que estima a la situación de los obreros rusos? ¡Nada esencial! Para el proletariado, Lenin no era más que Kerensky, nada más que cualquier revolucionario burgués, que no abole la explotación sino que sólo cambia sus formas.

No hay dos tipos de trabajo asalariado, uno capitalista y otro bolchevique: el trabajo asalariado es la forma en la que, bajo la producción capitalista, la plusvalía es apropiada por la clase o elemento dominante. Ciertamente, los medios de producción han pasado aquí de las manos de los empresarios privados a las del Estado; en lo que respecta a los productores, sin embargo, nada ha cambiado. Tal y como antes, sus únicos medios de sustento son la venta de sus fuerzas de trabajo. La única diferencia es que ya no se les exige que traten con el capitalista individual sino con el capitalista general, el Estado, como comprador de la fuerza de trabajo. La relación económica entre el productor y el producto todavía corresponde aquí al sistema capitalista. Los medios de producción sólo están más centralizados; lo cual no es la finalidad de una economía comunista, sino sólo un medio para esa finalidad. La influencia de Lenin, la política de los bolcheviques, se hayan reveladas como una gran capacidad para adaptarse al curso necesario del desarrollo, con el propósito de, como el partido bolchevique o como un genio, continuar en el poder, que sólo puede ser el poder de la necesidad. Si Lenin hubiera intentado llevar a cabo una política comunista, su grandeza habría sido reducida –o elevada, según uno prefiera– a la de un utópico ebrio.

¿Dónde estaban los grandes dirigentes de Italia en 1921 y de Alemania en 1923 (y de nuevo en 1933)? Si debe darse una respuesta en términos absolutos, uno puede apuntar sin duda a Mussolini y a la jefatura de la Tercera Internacional, Zinoviev en ese periodo. Mussolini, que aceleró el proceso objetivamente necesario de concentración del capital en Italia; la dirección de la Tercera Internacional, que mantuvo el « status quo » en Europa en interés del régimen bolchevique ruso, previniendo la revolución alemana. Así, Radek declaró (por orden de Zinoviev), antes de la decimotercera conferencia del Partido comunista ruso el 16 de febrero de 1924: « El comité central del Partido comunista de la Unión Soviética, así como el comité ejecutivo del Comintern reconoce inequívocamente que el Partido comunista de Alemania actuó correctamente cuando, a la vista de las fuerzas armadas superiores del enemigo y de la división dentro de las filas de la clase obrera, evitó un conflicto armado. » (Esto se repitió en 1933-34).

Pero esta cuestión también puede abordarse dialécticamente, y reconoceremos entonces que el problema de los grandes hombres es totalmente histórico. Particularmente en la sociedad capitalista, en la que el símbolo es más « real » que la realidad, el problema de la dirección adquiere tal importancia que ideológicamente se convierte en el problema de la historia. El problema del precio de mercado es el lado anverso del problema del dirigente. El que Hegel se quede corto con el Estado prusiano, la forma de dinero de las mercancías, el problema del dirigente de masas, son todos una y la misma expresión del nivel de las fuerzas sociales de producción en su tegumento capitalista. El movimiento real de la clase obrera no conoce el « problema » del dirigente. En él las decisiones se toman por los soviets, que sostienen la acción como también más tarde la vida económica.

Pero este cambio en el papel de la personalidad no sólo puede reconocerse en el dominio político; también se lleva a cabo para la ciencia. La especialización de la ciencia va de la mano con su desarrollo. La división social del trabajo no está siendo restringida sino extendida. Cada invención y descubrimiento profesan necesariamente un carácter más y más colectivo. Esta socialización conduce siempre a otra mayor. En los inicios de la sociedad capitalista había inventores, hoy hay talleres de invención. Las invenciones se producen casi de la misma manera que los neumáticos de automóvil. En el capitalismo moderno lo individual cuenta menos, todas las innovaciones vienen de los laboratorios de trabajo en común.

El hecho de que esto no llegue a ser políticamente visible es debido a la necesidad de la burguesía de volverse ideológica, cada vez más reaccionaria en la misma medida en que empuja las relaciones actuales hacia adelante. Si la burguesía requirió una vez un Napoleón, hoy la estupidez de Hitler sirve como la encoladura simbólica de sus tendencias centrífugas. Y todavía para la burguesía alemana Hitler aparece como una personalidad sobreencumbrada; pues si Napoleón ayudó al desarrollo de la sociedad capitalista, Hitler ayuda a retardar su derrumbamiento. Pero incluso sin Napoleón el capitalismo habría ascendido con su marcha victoriosa, y se derrumbará a pesar de Hitler. Los dos pueden contribuir en pequeña parte a determinar el ritmo, mientras opera la tendencia a la expansión o la tendencia al derrumbe, pero la tendencia general está más allá de su capacidad de alterarla. A través de todas las modificaciones temporales, la marcha de la historia, el desarrollo de las fuerzas humanas de producción, sigue su camino. Pero incluso dentro de estas modificaciones la significación real de los « grandes hombres » no es inherente en ellos mismos, sino a ellos en conexión con todas las demás circunstancias sociales. Sólo a causa de que la historia obra bajo el capitalismo con una falsa conciencia, el movimiento real yace oculto tras el fetichismo del dirigente. Cuando este movimiento tenga lugar con una conciencia correcta, pondrá incluso al genio en su propio lugar.

A lo largo de esta disquisición sobre el papel del dirigente y el de la oportunidad en el sentido más amplio, Hook ha olvidado su propio punto de partida que demanda que cada problema sea considerado como histórico. La alternativa presentada por el Manifiesto Comunista –comunismo o barbarie– no apunta al papel determinante de la voluntad humana sino a sus limitaciones. Dado que no hay equilibrio, una raza humana que se rezague perecerá necesariamente si las necesidades objetivas no vencen. Pero el rezagarse mismo es algo temporal. La barbarie no es el final de un desarrollo, sino sólo una interrupción por la que se paga un alto costo. La barbarie no es el retorno al carro de bueyes y a lo primitivo, sino la bárbara condición de la autolaceración en las crisis y guerras de defunción de un capitalismo que se está pudriendo. Sólo hay una salida… el camino que conduce hacia delante, la salvación a través del comunismo.

El punto de partida del modo comunista de producción es la elevación ya lograda por las fuerzas productivas del capitalismo. Si el joven capitalismo necesitó a Napoleón y el que expira requirió de Hitler, si el capitalismo siempre necesita fantasías –dado que la realidad, que no tenía intereses comunes, tampoco permitía una lucha común– la revolución comunista sólo se necesita a sí misma, es decir, la acción de las masas. No tiene ninguna necesidad de fetichismo, de imaginaciones, para mantenerse en la realidad, puesto que sólo conoce intereses comunes y permite una genuina lucha común.

Al personaje eminente, como también en general al papel de la oportunidad en la historia, no puede atribuírsele más de lo que Marx le atribuyó en una carta a Kugelmann citada por Hook. Pero el volumen de esta carta no apoya sino que se opone a la concepción absoluta, idealista, ahistórica de Hook sobre el problema del dirigente [2]. « Estos « accidentes » mismos », dice Marx, « caen naturalmente dentro del curso general del desarrollo, y son compensados por otros « accidentes ». Pero la aceleración y retardación están muy influenciadas por tales « accidentes », entre los que también debe contarse el carácter « accidental » de las personas que primero estean a la cabeza del movimiento. » La importancia de estos « accidentes » debe comprenderse históricamente. La cuestión acerca de hasta que punto tienen todavía importancia hoy, no se resuelve desde la teoría, sino desde la práctica. También en esto « la investigación de la situación real », tal como la concebía Lenin, « forma la verdadera esencia y el alma viviente del marxismo ».

VII

Puesto que, para Hook, Das Kapital es sólo una crítica de economía política, así también la teoría marxiana del valor, para Hook, no puede indicar nada más de lo que ya es conocido. Escribe (p.220): « Con todo, ni la teoría del valor del trabajo ni cualquier otra teoría del valor pueden predecir algo que no se conozca ya por adelantado. La Guerra y la crisis, la centralización y el desempleo, eran ya fenómenos totalmente familiares cuando Marx formuló la teoría de valor ». Es un error asumir, viene a decir Hook, que uno puede predecir algo específico con la teoría del valor del trabajo. Ahora, después de todo, el capitalismo todavía está lejos de haberse derrumbado, y todavía la ley marxiana de la acumulación, sobre la base del valor, es la ley del derrumbamiento del sistema capitalista. Eso ya se mostró en el primer volumen de El Capital como « la ley general de la acumulación capitalista ». Sin embargo, esta ley del derrumbamiento no opera « puramente » sino que, como cualquier otra ley, es más o menos modificada en la realidad. Estas modificaciones son establecidas con mayor detalle en el tercer volumen, especialmente en la sección que trata de la ley de la tasa decreciente de ganancia. Así como la ley de la gravedad sólo opera en realidad de una forma modificada, así también la ley del derrumbamiento capitalista, que no es nada más que la acumulación capitalista sobre la base del valor de cambio. Cuando Hook aparta la ley marxiana del valor de su poder predictivo, ha renunciado completamente a Marx. Y cuando además declara que « uno puede aceptar la metafísica evolutiva marxista y no estar comprometido inmediatamente con su teoría de la revolución social » (p.251), la afirmación es falsa por la misma razón de que, en primer lugar, el marxismo no tiene ninguna metafísica evolutiva, y segundo, que nosotros realmente no podemos comprometernos con una teoría de la revolución social sin practicarla. Si Liebknecht fuera, en el sentido científico, un peor marxista que Hilferding (p.249), y sin embargo mejor en la práctica, como Hook asegura, la comparación todavía es totalmente gratuita. Para Marx, él mismo « no era marxista », pero identificó el marxismo con el proletariado actuante, que sólo puede actuar [como clase] de modo marxista, no de otro. ¡El Marxismo no es simplemente una ideología, sino la práctica de la lucha de clases! La revolución es realizada por las masas que puede que no sepan nada sobre Marx: ¡la revolución les hace marxistas!

En lo que respecta a la teoría, de cualquier modo es imposible rechazar la doctrina económica de Marx y al mismo tiempo esperar ser un marxista en todas las demás materias, como lo inverso también es imposible. Con el rechazo del poder predictivo de la teoría del valor, o sea, el rechazo de la teoría marxiana de la crisis y el derrumba, Hook, aunque contra su voluntad, rechaza el marxismo no parcial sino completamente. El rechazo del contenido real de la teoría del valor por Hook, explica simultáneamente el contenido idealista de su dialéctica, como esto último es a su vez la explicación de lo primero.

La debilidad de Hook en la teoría económica se ilustra en el mismo hecho de que se dedican sólo veintidós páginas de su libro a la economía marxiana. En relación con esto, también es interesante referirse al pasaje en cual trata de la diferencia entre Rosa Luxemburgo y Lenin.

La disputa entre ellos giraba en torno a la cuestión de la realización de la plusvalía. Con respecto a Luxemburgo, Hook escribe (p.61):

« En su Akkumulation des Kapitals (La acumulación de los capitales) sostuvo que, con el agotamiento del mercado interno, el capitalismo debía ir de un país colonial a otro y que el capitalismo únicamente podría sobrevivir mientras tales países estuviesen disponibles. Tan pronto como el mundo se repartiese entre los poderes imperialistas y se industrializase, la revolución internacional estallaría por necesidad, dado que el capitalismo no puede expandir sus fuerzas productivas y continuar indefinidamente el proceso de acumulación en cualquier sociedad productora de mercancías relativamente aislada, no importa cómo sea de grande. »

Lenin, viene a afirmar, negó que el capitalismo se derrumbaría alguna vez de tal modo mecánico. Y cita luego, con gran aprobación, de un discurso de Lenin que data de 1920, un pasaje que no tiene ninguna relación en absoluto con el debate sobre la realización de la plusvalía en los países no capitalistas –un debate que había sido emprendido previamente hacía ocho años–. El capitalismo necesita un mercado no capitalista: esta había sido la posición de Rosa Luxemburgo. Lenin mantenía que crea su propio mercado. Pero los dos sostuvieron la concepción básica de Das Kapital, a saber, que el modo capitalista de producción tiene un límite económico absoluto. Mientras Luxemburgo buscaba este límite dentro de la esfera de la circulación, Lenin ya lo vislumbrara correctamente en la esfera de la producción. Mientras tanto, ambos, en el conocimiento que el proceso de acumulación sobre la base del valor es el proceso de derrumbe del capitalismo, lo que es idéntico a la revolución, atacaban la posición reformista en su totalidad, por lo cual Hilferding dijo en un discurso, en 1927 sin ir más lejos: « Yo siempre he rechazado cualquier teoría del derrumbe económico. El derrocamiento del sistema capitalista no ocurrirá por cualquiera leyes internas de este sistema, sino que debe ser el acto consciente de la voluntad de la clase obrera ».

Si en el calor del debate, esa frase de Lenin, que ha sido citada hasta la nausea, de que « no existe ninguna situación para el capitalismo de la que no haya absolutamente ninguna salida », poseyó una cierta justificación política en una situación determinada, a saber la « crisis epidémica mortal » que se presenta en 1920; no obstante, no presta consuelo al reformismo, que siempre había negado a la teoría del valor cualquier capacidad predictiva, y que fue utilizada para rechazar la teoría de derrumbe económico. Todo el trabajo teórico-económico de Lenin, que se limitó conscientemente a repetir a Marx, está opuesto a tal afirmación. Para Lenin, la ley de valor es la ley del derrumbe.

Uno se sorprende, sin embargo, cuando Hook, después haber rechazado, « con Lenin », la teoría « mecanicista » del derrumbe de Rosa Luxemburgo, presenta, en su propia exposición económica, nada más ni nada menos que una repetición de la posición de Luxemburgo. Después de perfilar las teorías del valor y la plusvalía, de la relación del capital en la producción, la caída de la tasa de ganancia con el incremento en la productividad del trabajo, la relación valor-precio, la acumulación y la crisis, entonces añade (pp.204-209):

« Con el incremento de la composición orgánica del capital la tasa de ganancia cae incluso cuando la tasa de explotación, o plusvalía, permanece igual. El deseo de sostener la tasa de ganancia conduce al progreso de la planta y al aumento en la intensidad y productividad del trabajo. Como resultado, existencias de mercancías siempre mayores son lanzadas al mercado. Los obreros no pueden consumir estos bienes dado que el poder adquisitivo de sus salarios es necesariamente menor que el valor de las mercancías que han producido. Los capitalistas no pueden consumir estos bienes porque (1º) ellos y sus asistentes inmediatos hacen uso solamente de una parte de la riqueza inmediata producida, y (2º) el valor del resto debe convertirse primero en dinero antes de que pueda invertirse de nuevo. A menos que la producción estea sufriendo un colapso permanente, debe encontrarse un campo de venta para el excedente de mercancías proporcionadas…. Puesto que los límites en los que el mercado interno puede dilatarse están dados por el poder adquisitivo de los salarios… el recurso debe ser tener que exportar. »

Luego muestra además cómo en el curso del desarrollo los propios países importadores se convierten en países exportadores. A estas alturas Hook ha alcanzado el límite situado por Luxemburgo; pero mientras que ella salió de él, Hook no lo hace, pues claro, él rechaza con Lenin la « naturaleza mecanicista » de esta idea del derrumbe. En cambio, repite meramente una vez más su punto de partida (p.207):

« Este proceso está acompañado por crisis periódicas de sobreproducción. Se vuelven progresivamente peores tanto en las industrias locales como en la industria en conjunto. Las relaciones sociales bajo las que la producción se mantiene, y que hacen imposible para los trabajadores asalariados reapropiarse en cualquier momento de lo que han producido, conduce a una inversión de capital más elevada en las industrias que generan bienes de producción que en las industrias que producen bienes de consumo. Esta desproporción entre la inversión en bienes de producción y la inversión en bienes de consumo es permanente bajo el capitalismo. Pero una vez acabados, los bienes de producción deben por último emplearse en plantas que fabrican los bienes de consumo, las cantidades de mercancías lanzadas al mercado, y para las que no puede encontrarse comprador, se amplían aún en mayor medida. En el momento que estalla la crisis, y en el periodo inmediatamente precedente, el trabajador asalariado puede estar ganando más y consumiendo más que usualmente. Por consiguiente, no es el subconsumo de lo que el obrero necesita lo que causa la crisis… sino su subconsumo en relación a lo que produce. Consecuentemente, un incremento en el nivel de vida absoluto bajo el capitalismo… no eliminaría la posibilidad de la crisis. »

Todos los factores involucrados en la interpretación de Luxemburgo están aquí repetidos de una forma más primitiva. La diferencia es que Hook no comparte con ella la conclusión que delineó. Tenemos aquí en Hook la desproporción entre las dos grandes secciones de la producción social, la sobreproducción de mercancías, la imposibilidad de realizar la plusvalía en ausencia de mercados frescos en los países no capitalistas. En resumen, como pasaba con Luxemburgo, para Hook el mundo capitalista se ahoga bajo su superfluidez [o flujo excesivo] de plusvalías que no pueden convertirse en dinero (realizarse). La única diferencia entre las dos formulaciones es que donde Luxemburgo habla de derrumbamiento, con Hook el proceso se detiene en la crisis. Pero todos estos factores de la crisis tienen sus puntos de apoyo en el proceso de circulación, y de aquí que no estean encajados en la esencia del capitalismo.

Sabemos, sin embargo, que Marx desarrolló su teoría de la acumulación primero sobre la base del capital total; en éste, no existe ningún problema de circulación, no hay ni una sobreproducción absoluta ni incluso un « subconsumo » relativo, y los obreros reciben constantemente el valor de su fuerza de trabajo. Incluso en este capitalismo « puro » pintado por Marx, aunque todos los factores de la crisis dados por Hook están ausentes, Marx demuestra todavía que incluso ese capitalismo ideal deberá derrumbarse, y con ningún otro fundamento que el de la contradicción contenida en la producción de valor. Cuando Engels, en el pasaje que Hook cita del Anti-Dühring (p.213), dice que « en la forma de valor de la mercancía hay ya encubierta embrionariamente la forma total de la producción capitalista, la oposición entre capital y trabajo, el ejército industrial de reserva, la crisis », esto sobreentiende que los fundamentos de la crisis serán buscados en la esfera de la producción, no de la circulación. El mismo Hook dice (p.213):

« De modo similar, en interés del análisis, él (Marx) fue compelido a asumir, al comienzo, que el intercambio de mercancías tenía lugar bajo un sistema de capitalismo « puro » en que no había ningún vestigio del privilegio feudal y ningún principio de monopolio; que la totalidad del mundo comercial pudiera considerarse como una nación; que el modo capitalista de producción domina toda la industria; la oferta y la demanda estaban constantemente en equilibrio: que habiéndose abstraido de los inconmensurables valores de uso de las mercancías, la única calidad relevante y mensurable que salió a determinar los valores por los que se cambiaban las mercancías, era la cantidad de fuerza de trabajo socialmente necesaria gastada en ellas. »

¿Por qué, podemos preguntar, Marx demostró primero el funcionamiento de la ley del valor en un capitalismo « puro »? Encontramos una excelente respuesta en los textos póstumos de Lenin: « Procediendo de lo concreto a lo abstracto, el pensamiento… con tal de que sea correcto… no se aparta de la verdad sino que se acerca. La abstracción de la materia, de la ley natural, la abstracción del valor, etc… en resumen, todas las abstracciones científicas reflejan la naturaleza de la forma más completa y más profunda. De la contemplación viva al pensamiento abstracto y de este a la práctica… ése es el camino dialéctico hacia el conocimiento de la verdad. »

La ley del valor reveló lo que la realidad concreta, el mundo superficial de la apariencia, ocultó; el hecho de que el sistema capitalista, como por la necesidad de una ley natural, debe derrumbarse. Marx abstrayó en primer lugar todas las contradicciones secundarias de ese sistema, para mostrar el efecto ejercido por la ley de valor como una « ley interna » del capitalismo, para posteriormente, con las modificaciones introducidas por la realidad concreta, señalar el carácter puramente temporal de las tendencias que surgen de las modificaciones y operaciones contra las tendencias al derrumbamiento, que confirman la ley del valor como el factor determinante en última instancia. La ley de valor explica la caída de la tasa de ganancia –un índice de la caída relativa de la masa de ganancia–. El crecimiento de la masa de ganancia puede compensar la caída de la tasa de ganancia sólo durante un tiempo. Si la masa de ganancia cayese primero relativamente, respecto al capital total y al requerimiento de la acumulación ulterior, a largo plazo caería de un modo absoluto.

No es lo que Hook aduce como un factor de crisis lo que puede considerarse como lo principal; al contrario, la cuestión debe entenderse exactamente de la manera inversa. Hook puede citar a Marx para apoyar su planteamiento de que la causa de la crisis es la contradicción entre la producción y el consumo. Pues de hecho, de acuerdo con Marx, « la base final de todas las crisis reales es la pobreza y el consumo limitado de las masas, en contraste con el impulso de la producción capitalista para desarrollar las fuerzas productivas como si su único límite fuera la capacidad de consumo absoluta de la sociedad »… « Pero no podría haber nada más insensato », escribe Lenin (La teoría marxiana de la realización), « que deducir de este pasaje del Capital que Marx habría planteado la imposibilidad de realizar la plusvalía en la sociedad capitalista o que habría explicado la crisis como el resultado del consumo insuficiente ». Una sobreproducción o subconsumo (lo que finalmente equivale a lo mismo) está necesariamente circunscrito a la forma física de la producción y del consumo. Pero en la sociedad capitalista el carácter material de la producción y del consumo no juega un papel que podría explicar la prosperidad o la crisis. Por mucho que esto pueda ofender « a la lógica », el capital se acumula, de hecho, por causa de la acumulación. La producción material, así como el consumo, se deja en el capitalismo a los individuos; el carácter social de sus trabajos y de su consumo no está directamente regulado por la sociedad, sino indirectamente por la vía del mercado. El capital no produce cosas, sino valores (de cambio). Pero incluso aunque no sea así, sobre la base de la producción de valor, en condiciones de adaptar su producción y su consumo a las necesidades sociales, estas necesidades reales deben ser tenidas en cuenta, no obstante, si la población no va a perecer. Si el mercado ya no está en las condiciones adecuadas para satisfacer estas necesidades, entonces la producción para el mercado, la producción de valor, será echada a un lado por la revolución, para hacer sitio para una forma de producción que no estea socialmente regulada mediante el rodeo del mercado, sino que tenga un carácter directamente social, y pueda, en consecuencia, ser planificada y sea apta para ser dirigida de acuerdo con las necesidades de los seres humanos. Desde el punto de vista del valor de uso, la contradicción entre producción y consumo en la sociedad capitalista es demencial, pero tal punto de vista no se sostiene para la producción capitalista. Desde el punto de vista del valor, esta contradicción es el secreto del avance capitalista, y cuanto mayor es esta contradicción mejor se desarrolla el capital. Pero por esta misma razón, la acumulación de esta contradicción debe llegar finalmente a un punto que conduce a su abolición, puesto que las condiciones de vida y de producción reales son, después de todo, más fuertes que las relaciones sociales objetivizadas. Por eso, la base última de todas las crisis reales es todavía la limitación del consumo de masas, en contraste con el impulso para, así, desarrollar las fuerzas de producción como si la capacidad de consumo fuese ilimitada. En la producción capitalista de valor, la apropiación de la plusvalía está limitada por la posibilidad de la explotación. El consumo de los obreros no puede reducirse a cero; y es sólo por esa razón que hay un límite económico absoluto, puesto que la producción de valor sólo puede tender a acercarse más y más a este cero punto. Las contradicciones capitalistas surgen de la contradicción entre los valores de uso y el valor de cambio. Esta contradicción convierte la acumulación de capital en acumulación de empobrecimiento. Si el capital desarrolla el margen del valor, asímismo simultáneamente, y en idéntica medida, destruye su propia base, con lo cual disminuye continuamente la parte de sus propios productos que desembocan en los productores. Esta parte no puede ser suprimida absolutamente, ya que el instinto natural de autoconservación por parte de las masas es más fuerte que una relación social, y también porque el capital sólo puede ser capital mientras explote a los obreros, y los obreros muertos no pueden ser explotados.

Para asumir por un momento la posición imposible adoptada por Hook, uno podría decir mucho mejor que la crisis acontece porque este « subconsumo » relativo, y posteriormente absoluto, por parte de los trabajadores no es suficientemente grande, porque no puede aumentar suficientemente a causa de que el « subconsumo » se presenta demasiado poco. No es el subconsumo, sea relativo o absoluto, lo que produce el desempleo; sino que es el subconsumo insuficiente, o sea, la masa insatisfactoria de beneficios, la imposibilidad de aumentar la explotación en la proporción necesaria, la pérdida de perspectivas para la acumulación rentable, lo que produce la crisis y el desempleo.

No es porque estea presente demasiada plusvalía por lo que no puede convertirse en dinero; sino porque no le basta para satisfacer las necesidades de la acumulación ulterior sobre la base de la producción de beneficios, por lo que no se reinvierte. Debido a que se produjo demasiado poco capital, ya no puede funcionar más como capital y hablamos de sobreacumulación de capital. Mientras la masa de plusvalía podría incrementarse correspondientemente, para ser suficiente para la acumulación ulterior, seguimos adelante de crisis en crisis, interrumpidas por periodos de prosperidad. Mientras era posible en los puntos de riesgo de la crisis incrementar la apropiación de plusvalía a través de la agudización de la explotación y a través del proceso de expansión, era posible superar la crisis únicamente para reproducirla en un plano más elevado del desarrollo. Una vez que las tendencias que actúan contra el derrumbe son eliminadas, o han perdido su efectividad en contraste con las necesidades de acumulación, la ley del derrumbe se afirma. La abstracción marxiana del capitalismo « puro », la ley de valor, resulta ser una ley o proceso interno de la realidad capitalista; ley o proceso que en última instancia determina su desarrollo necesario. [3]

VIII

Ya hemos señalado la íntima conexión entre la peculiar actitud de Hook respecto a la teoría marxiana del valor en particular, y a las doctrinas económicas de Marx en general, y su desviación idealista de la dialéctica marxiana. Todos estos factores prosiguen ejerciendo su influencia perniciosa sobre la teoría de la revolución de Hook. En el capítulo titulado « Lucha de clases y psicología social » dice (p.228): « La división del plusproducto social nunca es un asunto automático, sino que depende de las luchas políticas entre las diferentes clases engranadas en la producción ». La lucha por la división de la plusvalía es, sin embargo, bastante limitada: un hecho que debe referirse porque es precisamente esta limitación lo que muestra lo que es la verdadera conciencia de clase. Por ejemplo, Marx señaló cómo el salario del obrero no puede exceder un cierto nivel durante cualquier gran lapso de tiempo ni a la larga puede hundirse debajo de un cierto nivel. La ley de valor es finalmente decisiva. E incluso independientemente de estas variaciones el derrumbe del capitalismo es exclusivamente manifiesto por la teoría del valor. Además, la lucha de clases no determina en última instancia la porción de la plusvalía que va al estrato medio, sino que esta porción determina su lucha. El proceso de concentración es más fuerte que las tácticas defensivas de las clases medias. Que estas clases existan a pesar de todo, es debido al hecho de que el capital, mientras destruye los elementos de la clase media por un lado, continúa reproduciéndolos por el otro. Ciertamente, la división de la plusvalía no es un proceso automático, ciertamente la lucha de clases en la totalidad del proceso dialéctico contribuye a determinar esta porción, pero fuera de la lucha por la distribución de la plusvalía se levanta, en el curso del desarrollo, una lucha por la abolición del sistema del beneficio, queramos nosotros o no.

Hasta ahora, durante años a los obreros de todo el mundo se les ha pagado menos de su valor, y este hecho es sólo otra indicación de la permanencia de la crisis presente. En la crisis de muerte del capitalismo la población activa sólo puede volverse más afligida por la pobreza; si lucha para una porción más grande de la plusvalía, entonces prácticamente está luchando por la abolición de la producción de plusvalía, incluso sin ser consciente de este hecho y de sus consecuencias.

La oposición de clase inherente a las relaciones de producción determina la naturaleza de la lucha de clases. Se forman los partidos políticos, puesto que fracciones de los trabajadores se vuelven conscientes de la necesidad de la lucha de clases más rápidamente que la gran masa. Si el partido puede, por un lado, acelerar el desarrollo general y acortar la agonía del nacimiento de la nueva sociedad, también puede, inversamente, dilatar el desarrollo y actuar como un obstáculo en el camino. De acuerdo con esto, cuando uno habla como lo hace Hook, de la necesidad del partido y además se compromete uno mismo con él en la idea de que sin un partido una revolución triunfante está descartada, entonces en primer lugar de lo que él está hablando es una abstracción y, segundo, él identifica el partido con la revolución o con la conciencia de clase; con la ideología marxiana. De hecho, si la conciencia de clase revolucionaria, que en el partido toma la forma de una ideología, está obligada a manifestarse en el partido… ésa es una cuestión que no puede establecerse en abstracto sino solamente en el sentido práctico. No es únicamente en la forma específica del partido donde la conciencia de clase, que se ha convertido en una ideología, necesita expresarse. Esa conciencia puede también asumir otras formas, por ejemplo, la forma de células de fábrica, y éstas serían lo que el partido es aún hoy. La afirmación de que sin conciencia de clase cristalizada en una ideología una revolución está descartada no es debatible, aunque sólo por la razón de que el marxismo, que no separa el ser de la conciencia, presupone que en un periodo revolucionario los elementos conscientes, también, están presentes como algo natural. Cuanto más fuertes sean éstos, mejor; pero como pueden ser débiles, la conciencia de clase para el marxismo no es una ideología, sino las necesidades de la vida material de las masas, sin tener en cuenta su posición ideológica. La idea de Hook de la revolución como un asunto de partido pertenece a un periodo que ya está sobrepasado –el periodo del reformismo, por el cual el marxismo se había congelado en una ideología, y cuya posición Hook, a pesar de toda su crítica, aprueba ahora después de todo–.

Si en la situación presente el partido será considerado todavía como un centro para la cristalización de la conciencia de clase, sólo puede determinarse, como ya se expuso, por la práctica actual. Y aquí, si Hook estuviera obligado a proporcionar una prueba de la necesidad del partido, fracasaría desconsoladamente. Hoy el partido no es nada más que un estorbo para el despliegue de la conciencia de clase real. Dondequiera que la conciencia de clase real se ha expresado, en los últimos treinta años, ha asumido la forma de comités de acción y de consejos obreros. Y en esta forma organizativa la conciencia de clase, expresándose en la acción, han visto todos los partidos un poder hostil que combatieron. La historia revolucionaria europea del siglo XX será investigada en vano por un único caso en el que el partido, en una situación revolucionaria, tuvo la dirección del movimiento; en todas las ocasiones ese movimiento estaba en las manos de los comités de acción, de los consejos espontáneamente formados. Dondequiera que los partidos se pusieron a la cabeza de un movimiento, o se identificaron con él, sólo era para despuntar su filo. Los ejemplos: la revolución rusa –y la alemana–.

Ni la socialdemocracia ni los bolcheviques fueron ni son capaces de concebir un movimiento que no controlen. Los bolcheviques nunca han sido otra cosa que socialdemócratas radicales. En la pugna sobre la forma de organización del movimiento de la clase obrera, tan implacablemente sostenida entre Lenin y Rosa Luxemburgo, la historia ha decidido finalmente a favor de Luxemburgo. El reconocimiento de este hecho histórico puede sin duda retardarse por el « socialismo » ruso de Potemkin [4], pero la historia misma se alza ahora en lugar de Rosa Luxemburgo y, con las derrotas más vergonzosas inscritas en sus anales, machaca en las cabezas de los trabajadores que la revolución no es una materia de partido sino el asunto de la clase. La concepción de Lenin del partido, con la que Hook se compromete, es específicamente rusa, completamente sin sentido para la Europa y América industriales.

Si la dictadura del partido –qué necesariamente lleva a la burocracia– era una necesidad para Rusia, donde, debido al atraso del país, el sistema de soviets puede admitirse meramente como una frase y no como una realidad, sin embargo los soviets genuinos constituyen la única forma en que la dictadura proletaria puede expresarse en los países desarrollados. No más sobre el partido, sino sobre las masas mismas, debe depositarse el peso de la decisión revolucionaria. El partido de la reforma acabó con la traición social de la Segunda Internacional en la Guerra Mundial. La « socialdemocracia revolucionaria », el partido de Lenin, la Tercera Internacional, vino a su ignominioso final en la colisión con el fascismo. Los actos del capitalismo desenmascararon la lucha fingida mantenida por estas organizaciones. El fin de la Tercera Internacional podría verse tan cercano como en 1920, cuando los revolucionarios fueron expulsados para no perder el contacto con el mixto U.S.P.D. (socialistas independientes) y los otros partidos de masas medio reformistas. La lucha contra el cretinismo parlamentario emprendida con tal muestra de enconamiento por el « parlamentarismo revolucionario », acabó en el « cretinismo parlamentario revolucionario », que en su ansia de detener la acción inscribió en su bandera (1933): « ¡No Hitler, sino Thalmann le dará comida y trabajo! ¡Contesta el fascismo el 5 de marzo! ¡Elige a los comunistas! » ¿A qué partido se refiere Hook cuando habla del partido como una necesidad? ¿Está pensando en la bufonería de los trotskistas, que al mismo tiempo reivindican la revolución permanente y créditos a largo plazo para Rusia, o el chiste político de los brandleritas, que una vez creyeron que la dictadura del proletariado era posible dentro del marco de la Constitución de Weimar? Seguramente, Hook habla (en su libro) del partido en abstracto, pero no obstante siempre quiere decir el partido de Lenin, que contiene y desarrolla todo lo que condujo a la disolución del movimiento obrero tal como ha existido hasta ahora, sin que por esa razón condujese a un movimiento obrero real.

El partido tiene todavía todo por hacer excepto impedir el desarrollo de la iniciativa de masas. No se ha revelado como un instrumento de la revolución, sino que ha impuesto su voluntad sobre el movimiento. La identificación del partido con la revolución ha conducido a la organización de las masas a cualquier precio, pues el partido tenía ahora que tomar el lugar del movimiento de masas. En el mejor de los casos, no obstante, el partido no es nada más que un instrumento de la revolución, no la revolución misma.

La concepción mecanicista del materialismo dialéctico sostenida por Lenin, que Hook adopta en las más variadas conexiones a lo largo de su libro, una concepción que no veía en la conciencia nada más que el reflejo del mundo externo, necesariamente llevaba también a infravalorar el papel de la espontaneidad en la historia. Aunque Hook descarta el mecanicismo de Lenin, no evita los errores a que este mecanicismo da lugar –como, por ejemplo, el rechazo de la espontaneidad– [#]. Lenin compartió con Kautsky la idea de que « no el proletariado sino la intelectualidad burguesa deben considerarse como los representantes de la ciencia ». Para Kautsky, la conciencia socialista no es idéntica con el proletariado, sino que es traída a los obreros desde el exterior. Ésta es la tarea del partido en el sentido kautskiano. Para Marx, sin embargo, la lucha de clases es idéntica con la conciencia de clase. Ni Kautsky ni su pupilo Lenin podían comprender esto. En su folleto ¿Qué hacer? Lenin escribe:

« No puede concevirse una ideología separada, madurada por las masas obreras mismas en el curso de su desarrollo… La historia de todos los países da testimonio de que la clase obrera, por sí misma, sólo es capaz de desarrollar una conciencia sindicalista… es decir, la convicción de la necesidad de agruparse juntos en uniones, de dirigir una lucha contra el patrón, de exigir del Gobierno esta o esa medida legislativa en interés de los trabajadores, etc. La doctrina socialista, sin embargo, ha procedido de las teorías filosóficas, históricas y económicas que crearon los representantes ilustrados de las clases poseedoras, los intelectuales. »

El conjunto del movimiento obrero hasta hoy ha tomado una conciencia idéntica con la ideología socialista. Por tanto, si la organización, considerada como la ideología organizada, estaba creciendo, eso significaba que la conciencia de clase estaba aumentando. El partido expresó la fortaleza de la conciencia de la clase. El ritmo de la revolución era el ritmo del triunfo del partido. Por supuesto, las relaciones estaban condicionadas por el buena gana con que las masas aceptaban la propaganda del partido, pero las masas mismas, sin la propaganda, eran incapaces de dirigir un movimiento genuino. La revolución dependía de la propaganda correcta. Esto dependía a su vez de la dirección del partido, y esto del genio del líder. Y así, si bien de forma indirecta, la historia era sólamente, después de todo, en último análisis, la obra de los « grandes hombres ».

Hasta que punto el movimiento de la clase obrera es todavía dominado por esta concepción burguesa de « hacer la historia » se muestra por la impudencia de los derrotados estrategas del partido comunista, cuya única respuesta a la crítica revolucionaria hoy es la afirmación de que la derrota del proletariado alemán en 1933 es nada menos que una jugada magistral por parte de los revolucionarios profesionales. Así, el órgano del partido comunista, Contraataque, escribe, con fecha del 15 de agosto (1933) de su exilio en Praga: « Hay perros poco inteligentes que corren detrás del tren e imaginan que lo están persiguiendo. Entretanto, los constructores de tesis se sientan en sus mesas y calculan la velocidad del tren en relación con su suministro de carbón, para determinar el momento preciso en el que puede descarrilar con mayor certeza. » Ninguna crítica, por favor, sólo paciencia; el comité central hará el trabajo. Hoy todavía está calculando, pero mañana –¡ah, mañana…!–. Entretanto, los grandes estrategas se infunden confianza de su grandeza los unos a los otros y el movimiento de la clase obrera está siendo absorbido en el mar de estupidez del partido comunista, cuya mayor sabiduría ha sido bien expresada en las simples palabras del camarada Kaganovich: « El dirigente del comunismo mundial, el camarada Stalin, el mejor pupilo de Lenin, es el más grande materialista dialéctico de nuestra época »… Ése es el nivel del movimiento obrero actual, que ve en el partido la revolución misma y mientras tanto ha degenerado en el más fuerte baluarte de la contrarrevolución.

Nombrar a Marx y Lenin juntos como lo hace Hook cuando dice: « Marx y Lenin comprendieron que, dejada a sí misma, la clase obrera nunca desarrollaría una filosofía socialista », es quizás justo para Lenin, pero nunca para Marx. Para Marx, el proletariado es la actualización de la filosofía; la existencia del proletariado, sus necesidades vitales, su lucha, sin tener en cuenta sus necedades ideológicas… ¡ése es el marxismo vivo!

Por mucho que Hook pueda insistir en que « el antagonismo de clases sólo puede desarrollarse hasta la conciencia revolucionaria bajo la dirección de un partido político revolucionario », pensando que con ello ha rendido justicia al papel de la conciencia de clase en la historia; si imagina que por eso ha rotulado la teoría de la espontaneidad con la etiqueta mecanicista, en tal caso ha hecho lo mismo con el mecanicismo de Kautsky y Lenin y participa de su visión antidialéctica del marxismo –una visión que se ilustra mejor como anntidialéctica precisamente en el rechazo del factor de la espontaneidad–.

De la misma manera antidialéctica y absoluta con la que Hook aborda la cuestión del partido, también aborda todas las demás cuestiones que tienen que ver con la conciencia. Simplemente a modo de ejemplo, permítasenos tomar el parlamentarismo. Hook escribe (p.302): « En todas partes debe emprenderse una lucha por el sufragio universal… no porque esto cambie la naturaleza de la dictadura del capital, sino porque elimina fuentes de confusión y permite que la cuestión de la propiedad salga claramente al frente ». En realidad, sin embargo, el parlamentarismo en una cierta época histórica no sólo elimina muchas fuentes de confusión, sino que también crea nuevas ilusiones, que en otras situaciones históricas se vuelven completamente contra el proletariado. Si el sufragio universal fue una vez grito político de agrupamiento del proletariado, en la actualidad esta reivindicación puede haberse vuelto –y se ha vuelto– completamente carente de sentido. Si la lucha por el voto fue una vez una lucha política, ahora está convirtiéndose en una lucha fingida que meramente distrae la atención de la real. Si el viejo movimiento obrero ya descendido en el cretinismo parlamentario, la reivindicación actual en favor de la actividad parlamentaria es un crimen. Pues la necesidad de hoy es la vivificación de la iniciativa de masas y el desarrollo de la acción directa de los trabajadores –una necesidad que está desviándose a cauces inocuos a través de la actividad parlamentaria–. El parlamentarismo –inclusive el de « marca revolucionaria »– es la traición a la clase. Y no necesitamos dirigirnos a Marx: el marxismo no sería marxismo si la tarea propia del movimiento obrero en los tiempos de Marx y Engels fuese todavía al detalle su propia tarea hoy.

IX

Recapitulando, podemos decir del libro de Hook que, en comparación con el hasta ahora marxismo embrionario en los Estados Unidos, sin duda será considerado como un avance. Es enteramente adecuado para servir como punto de partida para una nueva y muy necesaria discusión, con objeto de construir el contenido del nuevo movimiento obrero ahora en proceso de formación. Como opuesto al « ortodoxismo » de la escuela kautskiana, Hook expone debidamente lo activo como el elemento esencial del marxismo. Pero en cuanto a que es realmente la conciencia revolucionaria, a la que todo el libro se dedica… Hook sólo es capaz de explicarla al modo kautskiano. También para Hook, la conciencia de clase, a pesar de todos sus esfuerzos para lo contrario, sigue siendo absolutamente nada más que ideología. En Marx, sin embargo, la existencia del proletariado es al mismo tiempo la existencia de la conciencia de la clase revolucionaria proletaria, pues a partir de sus necesidades sociales el proletariado sólo puede actuar, y debe actuar, de acuerdo con el marxismo; pero para Hook esta conciencia ya se vuelve ideología; el partido, es el punto central de su concepción de la revolución. Abandona así su propio punto de partida, el de la totalidad dialéctica, y aunque contra su voluntad, retrocede al idealismo. Ciertamente, Hook sale al paso con Lenin del « ortodoxismo » de la escuela kautskiana, pero sólo para detenerse al poco con la nueva edición del « ortodoxismo ». La necesidad, sin embargo, es completar el paso a medias dado por Lenin. Para ese fin primero era requerido el derrumbe político de la Tercera Internacional. Pero, para apelar de nuevo, como Hook, a la ya históricamente sobrepasada posición de Lenin, pretende detenerse a medio camino. Después de todo, como Karl Korsch ha expresado tan admirablemente en su libro Marxismo y Filosofía: « En las discusiones fundamentales tocantes a la totalidad de la situación del marxismo actual, en todas las cuestiones grandes y decisivas la vieja ortodoxia marxiana de Karl Kautsky y la nueva ortodoxia del marxismo ruso o leninista, estarán, a pesar de todas las pequeñas y secundarias disputas pasajeras, juntos en un mismo lado, y todas las tendencias críticas y progresivas en la teoría del presente movimiento de la clase obrera presente estarán en el otro. »

X

El « marxismo ortodoxo », escribe Georg Lukacs en su libro Historia y Conciencia de Clase (y pensamos que tiene razón), « no significa una aceptación acrítica de los resultados de las investigaciones de Marx, no significa una « creencia » en esta o aquella tesis, ni la exégesis de un « libro sagrado ». La ortodoxia en las cuestiones del marxismo se relaciona, de modo preferente, exclusivamente con el método. Es la convicción científica de que este método puede expandirse, extenderse y profundizarse sólo en el sentido de su fundador. Y esta convicción descansa en la observación de que todos los esfuerzos por superar o « mejorar » ese método han llevado, y tan necesariamente, sólo a la trivialidad, a la vulgaridad y al eclecticismo… ». Pero aunque los resultados obtenidos por medio del método marxista pueden ser estimados de modo totalmente diferente, la mayoría de los intérpretes confía casi exclusivamente, como ellos mismos afirman, en el materialismo dialéctico. El método es a menudo subordinado a las interpretaciones, así como una herramienta puede emplearse de maneras diferentes, por personas diferentes, y para finalidades diferentes. Y así surge una propensión actual, como ilustró Herman Simpson [5], a designar el método dialéctico como « una herramienta para gigantes », que puede ser manejada mejor por una persona y peor por otra, y esta circunstancia se toma para indicar su grandeza revolucionaria. Pero esta actitud « respetuosa » descuida realmente el hecho de que el método dialéctico es sólo el movimiento real, concreto, captado dentro, y parcialmente determinado, por la conciencia. La continuidad del proceso se ha comprendido, y uno interviene en el proceso como un resultado de esa comprensión.

Con el avance del desarrollo humano general, el papel de la conciencia se incrementa. Llegado un punto elevado del desarrollo, sin embargo, como las relaciones capitalistas de producción impiden el despliegue ulterior de las fuerzas productivas, del mismo modo impiden también la aplicación plena del factor consciente en el proceso social. Y, no obstante, la conciencia debe finalmente afirmarse y, bajo tales condiciones, sólo puede hacerlo volviéndose concreta, [creciendo en concrección]. Las personas hacen por necesidad lo que harían por su propia voluntad dentro de relaciones de libertad. De la misma manera que las fuerzas productivas (aunque restringidas por las relaciones productivas) se afirman eruptivamente, por los cauces revolucionarios, así también lo hace la conciencia. El materialismo dialéctico no pone evolución y revolución enfrentadas la una contra la otra, sin percibir al mismo tiempo su unidad. Cualquier evolución se convierte en revolución, y todas las revoluciones tienen fases evolutivas. Que esa conciencia puede manifestarse de varias maneras es, por consiguiente, algo natural para el marxismo. Lo que se designa como conciencia en los periodos de desarrollo tranquilo, pacífico, no tiene nada que ver con la conciencia de clase con que las masas están henchidas en los períodos revolucionarios, aunque la una condiciona la otra y aunque no podemos separar las dos sin percibir al mismo tiempo su unidad.

Justo como la relación de intercambio en el capitalismo, aunque sólo una relación entre personas y no una cosa palpable, cumple funciones totalmente concretas, se objetiviza, del mismo modo ahora, en la situación revolucionaria, la alternativa (una absolutamente realista para la gran masa de los seres humanos) Comunismo o Barbarie se convierte en una práctica activa, como si esta actividad saltase directamente de la conciencia. Si las relaciones pueden llegar a ser objetivizadas (verdinglicht) y asumir una forma palpable, así también, inversamente, las cosas pueden ser transformadas en relaciones. La situación realista se convierte en una relación revolucionaria, que como tal llena e impele a las masas, aunque la conexión total de los acontecimientos no sea comprendida por ellas intelectualmente. Es únicamente por esta razón por lo que ese otro dicho está justificado: « Im Anfang war die Tat! » (¡En el comienzo era la acción!). El levantamiento de masas, sin el que un derrocamiento revolucionario es imposible, no puede desarrollarse a partir de la « conciencia intelectual »: las relaciones capitalistas de la vida excluyen esta posibilidad, pues la conciencia es finalmente, en definitiva, sólo la conciencia de la práctica existente. Las masas no pueden ser « educadas » para convertirse en revolucionarias conscientes; y todavía la necesidad material de su existencia las compele a actuar como si actualmente hubieran recibido una educación revolucionaria: se vuelven « conscientes-en-acto ». Sus necesidades vitales deben recurrir a la posibilidad revolucionaria de expresión, y una vez aquí, para usar una expresión de Engels, un día de revolución tiene más peso que veinte años de educación política.

Esto no es ningún secreto para cualquiera que haya participado directamente en una insurrección revolucionaria. En los campos de batalla, los obreros que son ideológicamente más atrasados a menudo se vuelven los revolucionarios que luchan más enconadamente, no porque hayan cambiado ideológicamente la noche pasada, sino porque no había para ellos ninguna otra salida que tomar, pues de otra parte habrían sido cercenados, simplemente por el hecho de que eran obreros. Tienen que defenderse a sí mismos, no porque deseen luchar sino porque « quieren vivir ». En el caso de los obreros combatientes del ejército rojo del distrito del Ruhr, por ejemplo, era imposible registrar cuales de ellos eran católicos estrictos y cuales comunistas conscientes. El levantamiento abolió estas distinciones. Y esto no sólo es una verdad del distrito de Ruhr. Una historia de la revolución sin la masa anónima como su « héroe » no es una historia de la revolución.

Pero si la propia lucha de clases real toma para sí la función de la conciencia, esto no significa que la conciencia no sea capaz de expresarse también como conciencia (pensamiento). Totalmente lo contrario. Se vuelve concreta para ser capaz de funcionar como conciencia, así como, por otro lado, las relaciones reales de la vida bajo el capitalismo se afirman, ciertamente, por la vía del mercado, y, no obstante, también en su actualidad. La modalidad indirecta, condicionada a través de la producción de valor, explica las malfunciones del mecanismo económico y la necesidad de la revolución. Sólo por esta razón las personas, como dice Marx, no hacen su historia fuera del tejido total [de las relaciones sociales]; las relaciones, en este caso las capitalistas, les compelen a acciones que se consagran a la superación de esta compulsión.

Debe hacerse referencia a este respecto al hecho adicional de que el movimiento de masas es algo diferente de lo que el individuo es capaz de comprender como tal, dado que su entendimiento está parcialmente determinado por sus condiciones individuales. Igualmente, el movimiento de un grupo no es lo mismo que el de la masa. Cada grupo, aunque sólo a causa de su tamaño, tiene leyes diferentes de automovimiento y reacciona diferentemente a la influencia externa. La voluntad y la conciencia del individuo, como las del grupo, son incapaces de reconocer adecuadamente y juzgar el movimiento de masas. El individuo o el grupo no pueden identificarse más con el movimiento revolucionario que el océano compararse con un vaso de agua. El « dirigente » y el « partido », precisamente porque son tales, pueden captar y buscar determinar el movimiento revolucionario solamente con referencia a ellos mismos; pero, no obstante, este movimiento sigue sus propias leyes. Ganar influencia en el movimiento sólo es posible para el individuo o el grupo cuando se subordinan a esas leyes. Sólo cuando siguen, no cuando compiten por seguidores, pueden considerarse como llevando más allá el movimiento. Esto no quiere decir (para usar una expresión de Lenin para designar una tendencia que él combatió) que el partido estea para formar la « parte de atrás » de la revolución, sino que buscará operar desde el punto de vista de la revolución, no desde el del partido, puntos de vista que son necesariamente diferentes. Esto, claro, no puede, por tanto, lograr realizarse completamente; pero la amplitud en que es capaz de acercarse al punto de vista de la revolución puede servir como una medida de su valor revolucionario. Si el partido no se toma a sí mismo como punto de partida, esto implica ya un reconocimiento del hecho de que, el método dialéctico, como deducido de la realidad, es sólo la imagen teórica de la realidad, y que sólo puede ser aplicado porque la persona que lo aplica está sujeta a ella. Pero el obrero más atrasado está sujeto al movimiento dialéctico exactamente de la misma manera que el « gigante » del Sr. Simpson; el anterior tiene que hacer lo que el otro no sólo tiene que hacer, sino que también quiere hacer. Dado que el movimiento dialéctico de la revolución es un movimiento social, es únicamente el imperativo de la multitud, no la voluntad de los individuos, lo que puede considerarse como la conciencia real. De hecho, las relaciones actuales excluyen totalmente la posibilidad de una voluntad social. La expresión social de la voluntad sólo llega a través del imperativo social. Por eso una concepción errónea del método dialéctico es una concepción errónea del propio movimiento real, aunque el movimiento no sea cambiado en nada a consecuencia de eso. Esto aclara también, no obstante, que el « gigante » de Simpson puede, en ciertas circunstancias, servir para llevar más allá el movimiento, pero no es decisivo en él.

XI

Un marxista ortodoxo tiene que rechazar el « ortodoxismo » de las escuelas kautskiana y leninista. Hook se opone al dogmatismo de estas escuelas [6], pero sin comprender que ese « dogmatismo » sólo puede combatirse desde el punto de vista ortodoxo. La pseudo-orthodoxia de la socialdemocracia y de los bolcheviques no tiene nada que ver con el marxismo ortodoxo. Una vez al « ortodoxismo » kautsiano se le opuso el eslogan: « Volver a Marx con Lenin ». Hoy, uno está obligado a volverse contra Lenin con el eslogan ortodoxo: « Volver a Marx ». Ni Kautsky ni Lenín vieron en el método dialéctico algo más de una herramienta útil. Disputaron entre si sobre la manera de manejarla. Sus diferencias son, por consiguiente, de una naturaleza exclusivamente táctica (desatendiendo la confusión arbitraria de cuestiones tácticas con cuestiones de principios): no hay ninguna diferencia de principios entre ambos. Con el arma de la dialéctica, los dos quisieron hacer historia por el proletariado. El que ellos mismos podrían únicamente desempeñar el papel de un arma era, en consecuencia, un pensamiento que permanecía completamente extraño a ellos; se identificaron a sí mismos, como « gigantes de la dialéctica », con el propio movimiento social dialéctico, y estuvieron necesariamente obligados a impedir el movimiento revolucionario real en la misma magnitud en que fortalecieron sus propias posiciones. Cuanto más hicieron por sí mismos, menos lograron para la revolución, pues la magnitud de su influencia dependida para ellos del desvanecimiento de la iniciativa de las masas. Estas últimas serían puestas bajo control, para que pudiesen ser dirigidas. Si, para Kautsky, la Iglesia era inconfesadamente el modelo de organización, para Lenin ese modelo era, por su propia confesión, la fábrica. Por unidad de la teoría y la practica ellos no entendieron nada más que la simple unificación de « jefes y masas »; organización desde arriba hacia abajo, órdenes y obediencia, estado mayor y ejército. El principio burgués de organización tenía que servir también para los objetivos proletarios.

Pero la unidad de la teoría y la práctica sólo se origina a través de la acción revolucionaria misma; puede lograrse, bajo las relaciones capitalistas, sólo por los cauces revolucionarios, eruptivos, no a través de una « política astuta » que garantizase una armonía entre dirigentes y dirigidos. Pero tal acción puede únicamente ser llevada más allá o impedida; no puede fabricarse o evitarse, dado que depende de los movimientos económicos, y éstos no están todavía sujetos a la voluntad y la inteligencia humanas. El viejo movimiento obrero no entendió por conciencia de clase nada más de su propia visión del proceso histórico. El partido era todo, el movimiento perceptible únicamente por vía del partido. De este modo, surgió desde la lucha de clases entre capital y trabajo –en cuanto esa lucha era subordinada al partido– la lucha entre grupos diferentes por la supremacía sobre los trabajadores.

No hay mejor prueba de la corrección del método marxiano que la castración que el marxismo ha sufrido. Las cualidades de los epígonos sirven para ilustrar el desarrollo capitalista, e inversamente este desarrollo proporciona la explicación del epigonismo. En otras palabras, las varias escuelas del epigonismo, o revisionismo, pueden remontarse a las fases varias del desarrollo capitalista. El marxismo « original » ha sobrevivido a sus niños degenerados, y hoy el movimiento revolucionario está forzado, en el nombre de ese marxismo original, a una nueva orientación sobre la base de la adhesión ortodoxa al método marxista. El « malentendimiento » del método dialéctico en manos de los pseudomarxianos no se expresó en ninguna parte más claramente que en el abandono de la teoría marxista de la acumulación y el derrumbe. Los revisionistas alardearon del rechazo de esa teoría, y los marxistas « ortodoxos » contemporáneos no se aventuraron a defenderlo. El « malentendimiento » se expresó además en la separación de la filosofía marxiana de la economía. Había y hay « marxistas » que se « especializan » en la una o en la otra, quienes no alcanzan a entender que las leyes económicas son dialécticas. Cualquiera que, por ejemplo, abandona la teoría marxista del derrumbe no puede al mismo tiempo sostener el método dialéctico; y cualquiera que acepta el materialismo dialéctico « filosóficamente » no tiene opción salvo considerar el movimiento dialéctico de la sociedad actual como un movimiento de derrumbe.

La crisis mundial del capitalismo tenía primero que hacerse una realidad antes de que el problema del derrumbe pudiese llevarse de nuevo al centro de la discusión y por tanto, también, antes de que la lucha por la dialéctica marxiana pudiese reavivarse. No es tanta teoría sino la realidad misma lo que ahora sirve para el desarrollo ulterior del marxismo. Pero este desarrollo ulterior es hoy, en realidad, sólo la reconstrucción del marxismo original, que está siendo depurado de la corrupción de los epígonos. Se vuelto claro que las « abstracciones » marxianas eran más reales que los esfuerzos « realistas » que los epigonos hicieron para suplementarlas, con el deseo de darles « carne y sangre », intentando « completar » el « torso », etc. Entretanto, Kautsky ha rechazado completamente la dialéctica marxiana, y Lenin recomendó, poco antes su muerte, que el estudio de Hegel y del problema dialéctico en general se empezase nuevamente. Cincuenta años de « teoría marxista » ofrecieron como su resultado la confusión más irremediable. No ha llevado más allá el marxismo, sino que lo ha arrojado hacia atrás incluso antes de su punto de partida. Cualquier ortodoxismo real es cien veces superior al sucesor « marxiano ». El marxismo como teoría revolucionaria permanece en contradicción con el movimiento obrero que se estaba desarrollando en el periodo de ascenso del capitalismo, y, en consecuencia, fue modificado por ese movimiento de acuerdo con sus propias necesidades, modificación que luego fue confundida con la esencia.

Uno no está justificado a considerarse como defensor de una posición avanzada sólo porque no está conforme con el epigonismo, o porque tiene opiniones diferentes en esta o aquella cuestión. Uno debe rechazar completamente ambos, la socialdemocracia y el bolchevismo, así como todos sus vástagos, para situarse sobre una base marxista. Pero mientras Hook quiere renovar el marxismo por medio de la superación de varios « dogmas », no ha combatido, en la lucha contra el dogmatismo, las crastraciones del marxismo, sino que en su ardor ha abandonado el marxismo mismo. Lo que él ataca como « dogmatismo » no ha sido atacado por primera vez; el grito de « dogmatismo » siempre ha sido usado como un argumento político contra las corrientes radicales en el movimiento obrero. Los mismos argumentos que Hook ahora dirige contra el « dogmatismo » del movimiento comunista « oficial » fue una vez lanzado por Lenin contra el movimiento consejista-comunista de izquierda, que era reacio a sacrificar la revolución mundial al capitalismo de Estado ruso. Y todavía con más anterioridad, la socialdemocracia dirigía estos mismos argumentos contra Lenin y el movimiento comunista en general. La lucha contra el dogmatismo, como ha sido dirigida hasta ahora, estaba limitada a una lucha contra las tendencias radicales en el movimiento obrero, tendencias que amenazaban con llegar a ser peligrosas para las organizaciones ya establecidas y sus propietarios. El debate de preguerra dentro de la socialdemocracia, dirigido contra la oposición revolucionaria, el argumento de la socialdemocracia contra los bolcheviques, las exhortaciones de Lenin contra los comunistas consejistas, y ahora la lucha de Hook contra el « dogmatismo » son totalmente indistinguibles. Todos fueron acusados de dogmatismo: la socialdemocracia, mientras tuvo un carácter revolucionario; los bolcheviques, mientras fueron revolucionarios; y el movimiento consejista, porque se dirigió contra la autosuficiencia de los partidos. Todas las posiciones ideológicas (incluyendo la de Hook) dirigidas contra el movimiento radical fueron asumidas bajo el pretexto de combatir el dogmatismo. El socialdemócrata Curt Geyer ha proporcionado la mejor expresión de sus características comunes, y sus argumentos se asemejan perfectamente a los de Hook. Geyer escribe [7]:

« El comunista radical cayó en el error de confundir la probabilidad con la necesidad, de ver en las tendencias económicas e históricas establecidas por sí mismas, leyes en el sentido de las leyes naturales de las primeras ciencias de la naturaleza, leyes que son dadas a priori y gobiernan el mundo como una providencia ciega… Su filosofía de la historia revela un rasgo sumamente mecanicista. El papel del proletariado como un factor activo en el desarrollo histórico, en general el papel del hombre en la historia, no vale de mucho en el fondo… Este mecanismo descansaba, en parte, en la derivación de todo el desarrollo histórico a partir de la economía, que era concebida como automotora, y en parte, en una concepción teleológica de la función de las masas en la historia. El radicalismo atribuye a la masa la capacidad de conseguir una percepción propia de una determinada situación histórica y de su función en el desarrollo general, no intelectualmente, es cierto, sino instintivamente, y de aquí la capacidad de asumir la acción instintivamente en la dirección del progreso social. Esta capacidad se remonta a una conciencia de clase mística que guía la actitud de la masa y de este modo el curso de la historia –una conciencia de clase que surge automáticamente, como a través de una necesidad de la naturaleza, a través de la posición de clase de las masas, como el efecto de la causa. Esta conciencia de clase no es vista por el radicalismo como la visión intelectual del individuo dentro de su situación social y la concepción de esa situación desde el punto de vista de una determinada filosofía social, sino como un algo místico que puede existir fuera del contenido de la conciencia del miembro de la clase y no entra en la conciencia excepto (y aquí tenemos la fase teológica de esta concepción) bajo determinadas condiciones, es decir, cuando el avance social lo requiere. Y así, para el radicalismo, la acción de las masas siempre se encuentra en la dirección del progreso social… »

La acusación de Geyer de confundir la probabilidad con la necesidad es una frase vacía. La probabilidad presupone la posibilidad de decisión; según Geyer, y también según Hook, uno puede decidir a voluntad de tal o cual manera. Cuando y por qué, no depende, según ellos, directamente del hombre, pero sí lo hace. Esta concepción presupone para el movimiento social la existencia de una voluntad social, una cosa que, sin embargo, no está presente en la sociedad capitalista. Consecuentemente, esta concepción relaciona el movimiento social con la incertidumbre del individuo, lo que es naturalmente un sinsentido. Pero es precisamente este sinsentido lo que explica la introducción de la acusación de misticismo dirigida contra el radicalismo (o « dogmatismo »), dado que es evidentemente imposible para personas que sostienen tal visión concebir de cualquier otra manera que la « conciencia intelectual », o, a lo más, aún conceder la validez de otras cosas que no sean « instintos ». La crítica de Geyer del radicalismo, tal y como ejemplificaba anteriormente, deja el radicalismo bastante indemne; se limita a revelar la debilidad de la « crítica », que fracasó en comprender que en el capitalismo no es la « voluntad » sino el mercado sin voluntad lo que determina los destinos de la humanidad. No es el hombre quien determina en el capitalismo –y sólo en estos términos es posible hablar de probabilidad–, sino que la voluntad de la humanidad, así como la vida de la sociedad, están completamente sujetas al mercado, sus acciones son necesariamente las compelidas por la relación del mercado. Si no se conforman a esta compulsión del mercado, dejan de existir, en cuyo caso, naturalmente, en lo que hasta aquí les concierne, desaparece todo problema. La desorganización de esta relación de mercado, que actualmente está siendo efectuada por las crecientes fuerzas de producción y sin la adición suplementaria de la voluntad por parte de la humanidad, no está condicionada sino que es necesariamente, porque no tiene que hacer nada con la voluntad. Si la revolución fuese dependiente del partido, del dirigente, o de la conciencia intelectual, entonces no sería necesaria sino condicionada. Y es sólo esta voluntad del partido y del jefe lo que Geyer tiene en mente cuando habla del papel activo del hombre en la historia. El papel del proletariado como un factor activo en el desarrollo histórico resalta en un relieve muy pronunciado precisamente con la aceptación del concepto de necesidad.

El progreso social es idéntico a la abolición del trabajo asalariado. En consecuencia, el proletariado, tan pronto como actúe por sí mismo, no puede actuar falsamente y debe actuar por necesidad de acuerdo con el progreso social. Caracterizar esto como teleología presupone un entendimiento completamente equivocado de las leyes del movimiento económico. La lucha del proletariado por su existencia –no la lucha ideológica de los revolucionarios entre el proletariado, sino la lucha del proletariado tal y como es– debe conducir a la abolición del trabajo asalariado y asegurar así la liberación de las fuerzas productivas restringidas por el capitalismo. La misma circunstancia de que los obreros se manifiestan en nombre de sus intereses específicamente materiales les hace revolucionarios y capaces de actuar de acuerdo con el progreso social general. Esta concepción no tiene en absoluto necesidad de cualquier conciencia de clase mística, siendo indiferente su fuente. Los argumentos de Geyer, que Hook debe ciertamente compartir, muestran que en la lucha contra el dogmatismo siempre es únicamente el movimiento radical el que se toma como blanco. Este movimiento es necesariamente autosuficiente, y no puede ceder a las demandas de los varios individuos o grupos, sino que asume literalmente la idea de que la liberación de los trabajadores sólo puede ser el resultado de sus propias acciones.

Podría anotarse más allá que el « dogmatismo » que Hook atribuye al movimiento del partido comunista « oficial » se mantiene todavía allí, a lo más, como una manera tradicional de disertación. En realidad, el único principio del movimiento del partido comunista –para usar una frase de Rosa Luxemburgo con referencia al oportunismo en general– es « la falta de principios ». Si el Partido comunista fuera tan « dogmático » como a Hook le gusta creer, quizás podría todavía considerarse como un movimiento revolucionario; pues el « dogmatismo » del que está acusado, pero que no está presente, no sería otra cosa que los primeros comienzos del marxismo revolucionario. Pero el viejo movimiento obrero –de Noske a Trotsky– no tiene conexión con el marxismo, y por eso tampoco puede ser acusado de dogmatismo. Nunca fueron las organizaciones más antidogmáticas, más carentes de principios, más antiortodoxas, más venales, más oportunistas, que las dos grandes corrientes del « movimiento obrero » y sus varias filiales, que ahora están consumadas. Reprocharles dogmatismo es confundir la frase con la realidad. Si uno aprecia estas organizaciones, no por lo que dicen sino por lo que hacen, no se encontrará ningún rastro de dogmatismo.

XII

En el artículo ya mencionado [8], Hook ha repudiado de plano la concepción de la inevitabilidad del comunismo y la concepción de la espontaneidad que la acompaña. Según Hook, el « dogma » de que el comunismo es inevitable ha de ser rechazado porque « hace ininteligible cualquier actividad en nombre del comunismo » (p.153). Dispensando que esto fuese así (aunque en nuestra opinión no lo es), este argumento, así como los argumentos ulteriores que Hook emplea, no aportan nada para refutar la concepción de la necesidad del progreso social, que únicamente puede ser vista en el comunismo. El argumento de Hook, rechazando la idea de la necesidad es justamente tan imposible de aceptar como la negativa de que el agua es húmeda simplemente por razón de que la humedad sea desagradable. Que este supuesto dogma « niega que el pensamiento ocasione diferencias en el desenlace final » (p.153) es un argumento inventado por Hook: aquellos que sostienen este presunto dogma no cuestionan lo que Hook se complace tomar por dado. De hecho, este « dogmatismo » no tiene ninguna necesidad de disputar el papel determinante del pensamiento, entre otros factores; simplemente se niega a ver en el pensamiento el papel decisivo. Pero la idea de la necesidad tiene que ser rechazada por Hook, puesto que el toma como punto de partida la asunción de que es « absurdo (creer) que la clase obrera por su propio poder, sin ayuda, puede lograr la victoria » (p.146). Para Hook, de acuerdo con esto, es « la tarea de los comunistas educarlos » (a los obreros en su propia conciencia de clase y dirigirlos) (p.146). En este mismo terreno, como ya hemos visto, la teoría del valor no tenía para Hook ningún poder predictivo. La circulación del capital sobre la base del valor no es, sin embargo, nada más que el movimiento dialéctico de la sociedad misma, y el conocimiento del método dialéctico es aquí solamente el conocimiento de este movimiento. Si uno rechaza la capacidad predictiva de la teoría del valor, uno rechaza al mismo tiempo el método dialéctico. Si uno sigue la circulación del capital mientras sostiene al mismo tiempo firmemente el método dialéctico, se ve que el presunto dogma con que nos involucramos no es otra cosa que el reconocimiento realista del movimiento real del capital.

En un artículo que aparecía recientemente en la Revista para el Estudio Social (Zeitschrift für Sozialforschung, 1933, Nº 3), Max Horkheimer ha hecho suyo el problema de la predicción en las ciencias sociales, llegando a conclusiones que compartimos y que no podemos abstenernos de oponer a esas de Hook:

« La objeción » (de que las ciencias sociales excluyen las predicciones) escribe Horkheimer, « se aplica sólo a casos especiales y no por principio… Hay campos amplios de conocimiento en los que no estamos limitados al postulado: « en caso de que estas condiciones se cumplan, ocurrirá » sino en los que podemos decir: « estas condiciones se cumplen ahora, y por consiguiente ese esperado acontecimiento ocurrirá sin ninguna intervención de nuestra voluntad »… Es ciertamente incorrecto decir que la predicción sólo es posible cuando el acontecimiento de las condiciones necesarias depende de la persona que predice, sino que la predicción será, no obstante, la más plausible puesto que las relaciones condicionantes dependen más de la voluntad humana, es decir, del grado en que el efecto predicho no es el producto de la naturaleza ciega sino el resultado de decisiones razonables. La manera en la que la sociedad capitalista mantiene y renueva su vida tiene más parecido al curso de un mecanismo natural que a una acción dirigida hacia una meta… Puede postularse como ley, que con el cambio creciente de la estructura (de la sociedad presente) en la dirección de la organización unificada y planificada, las predicciones también ganarán un grado superior de certidumbre. Según el grado en que la vida social pierde el carácter de un proceso ciego de la naturaleza y la sociedad emprende formas en las que se constituye a sí misma como un sujeto racional, más definitivamente puede predecirse el proceso social. En este, la posibilidad de predicción no depende exclusivamente del refinamiento de los métodos y de la sensibilidad de los sociólogos, sino igualmente del desarrollo de su objeto, de los cambios estructurales en la sociedad misma… Así que la preocupación de los sociólogos concerniente a llegar a predicciones más exactas se convierte en el esfuerzo político por la realización de una sociedad racional. »

La abstracción marxiana, que inicialmente dejó el problema del mercado real completamente fuera de consideración, y que recurrió sólo a la distribución de las condiciones de producción entre capital y trabajo (medios de producción y fuerza de trabajo), omitiendo de esta manera el carácter de un proceso natural ciego que posee la vida social bajo el capitalismo y sosteniendo estrictamente la teoría del valor, llevó al reconocimiento de que el sistema capitalista debe derrumbarse. De este modo también era posible, sobre la base de la situación necesariamente creada por el capitalismo en el curso de su desarrollo, llegar a una conclusión con respecto al carácter de la revolución y a sus resultados. La sociedad capitalista ha llevado más allá las fuerzas de producción en tal medida que su socialización completa es inevitable, que ya no pueden funcionar realmente excepto bajo relaciones comunistas de producción. Si, para Marx, el derrumbe era inevitable, del mismo modo también era inevitable el comunismo. Si el movimiento presente sólo es posible sobre la base del anterior, entonces podemos juzgar desde el presente acerca de la naturaleza del movimiento futuro. Acerca de cómo de distante, eso depende del nivel que el movimiento presente ha logrado, mas esta consideración siempre continua limitada. Sobre lo que vendrá a partir de la sociedad comunista, eso no puede decirse antes de que tal sociedad exista: pero lo que vendrá a partir de la sociedad capitalista se revela por sus propias condiciones materiales. Cuanto más se desarrolla la sociedad capitalista, y en consecuencia se despedaza, más claros se vuelven los rasgos de la sociedad comunista. Mientras Marx, que nada odiaba tanto como a los utópicos, no podía ir más allá del derrumbe del capitalismo, hoy es posible, en medio del derrumbamiento, esbozar las leyes del movimiento de la sociedad comunista con cierto grado de exactitud. Un análisis de la sociedad capitalista, que implica estudiar sus propias leyes internas de desarrollo, no permite otra conclusión, con una base científica y con la aceptación de la teoría del valor, que que el comunismo es inevitable. Cualquiera que tome una actitud hostil a esta « dogma » sólo ilustra la debilidad de su comprensión de la economía, y no tiene actualmente nada que le quede por hacer excepto encerrarse dentro de sí mismo, de su voluntad, de su inteligencia; para abreviar, debe adherirse fuertemente al mundo ideológico de la burguesía, y su conciencia debe necesariamente nublarse. Y precisamente por esa razón sus ataques sobre el « dogmatismo » y el « misticismo » deben hacerse cada vez más salvajes, cuanto más sucumba a la prestidigitación capitalista.

No hace falta decir que el rechazo del concepto de la inevitabilidad del comunismo también envuelve el rechazo de la teoría de la espontaneidad. Y, de hecho, encontramos que para Hook, « la doctrina de la espontaneidad, que enseña que las experiencias diarias de la clase obrera generan espontáneamente conciencia de clase política », es un sinsentido patente. Para él, como ya hemos visto, es más bien la « educación » proporcionada por los comunistas, que cuidan de la « propia » conciencia de la clase. La educación está aquí puesta contra la experiencia, como si la una no estuviese condicionada por la otra, como si ambas no fueran las dos caras del mismo proceso. También estos argumentos, como aquéllos que Hook emplea contra la inevitabilidad, son gratuitos. Pero aun si alguno estaba por aceptarlos como razones inevitables, qué sumarían en vista del hecho de que, a pesar de estos argumentos, todos los movimientos revolucionarios reales –como incluso la autosuficiencia de un Trotsky se ve obligada a menudo a admitir– tenían un carácter espontáneo. Rosa Luxemburgo, en sus escritos contra la socialdemocracia así como contra los bolcheviques, ya ha demostrado esto con fuerza suficiente, por lo que es superfluo hacer recuento aquí una vez más de la historia del movimiento revolucionario contemporáneo. Nos parece más importante desechar por anticipado un argumento que se avanza frecuentemente contra el concepto de espontaneidad, a saber, que incluso desde el punto de vista de la espontaneidad las masas han mostrado a menudo su insuficiencia.

¿Por qué fracasaron las masas, les gusta comentar irónicamente a estos críticos, por ejemplo para prevenir la institución de la dictadura de Hitler? Esta es la misma clase de pregunta que se opone a la teoría del derrumbe: ¿por qué, entonces, el capitalismo todavía no se ha derrumbado nunca? En ambos casos, nos enfrentamos simplemente a un mal entendimiento de las teorías en cuestión. La tan frecuentemente mencionada fórmula dialéctica de la conversión de la cantidad en calidad, las cuales están necesariamente separadas por el proceso de desarrollo, también proporciona la explicación de nuestro punto de vista, el de aquéllos que aceptan las doctrinas de la espontaneidad y del derrumbe. En ambos casos, la pregunta se refiere al momento de la conversión. Es, de hecho, una conversión que se repite una y otra vez en una escala más extensiva, por lo que, para emplear una expresión de Henryk Grossmann « cada crisis es un fenómeno de derrumbamiento y el derrumbamiento final no es otra cosa que una crisis insoluble ». La teoría del derrumbe no descansa en ningún proceso automático, ni el concepto de espontaneidad asume ningún fundamento místico por el que las masas un día u otro estallarán en revuelta. El derrumbe y la espontaneidad han de ser considerados solamente desde el punto de vista de la conversión de la cantidad en calidad.

¿Por qué, aunque cada crisis es un derrumbe en miniatura, el sistema es capaz de refrenarlo? Simplemente porque las tendencias dirigidas contra el derrumbamiento –tendencias que surgen por entre las reaalidades de la situación– no están agotadas todavía. Si están agotadas con referencia a las necesidades ulteriores de acumulación, la crisis ya no puede superarse y debe necesariamente convertirse en derrumbe. Es la misma manera en que el movimiento de masas está circunscrito en este proceso. Mientras las contratendencias contra la revolución son suficientemente fuertes, el movimiento espontáneo de las masas no será capaz de afirmarse. De hecho, revelará tal debilidad que dará la impresión de que nunca sería más importante que en el presente y que, por consiguiente, por su propia parte (pues por supuesto nadie niega el factor espontáneo por completo) tiene necesidad del partido para distribuir y dirigir este factor espontáneo, como todos los demás factores, según el interés de la revolución. Únicamente a causa de que las tendencias económico-políticas dirigidas contra la acción espontánea de las masas eran tan fuertes, podría parecer que las acciones reales eran despertadas conscientemente. Los pocos movimientos revolucionarios reales que Alemania, por ejemplo, podría apuntar, entraron en acción contra la voluntad de los múltiples partidos, incluso contra la voluntad del Partido comunista (Considera, como un ejemplo clásico, el movimiento de marzo de 1921). Mientras el Partido comunista participó en estas acciones, lo hizo sólo porque no tenía nada mejor que hacer; en ningún caso surgieron de la iniciativa del partido –la iniciativa era constantemente procurada por las masas mismas–. No fue hasta que el tamaño del partido era tal como para ser decisivo, que podría negarse a seguir la compulsión de la iniciativa de masas, que podría prevenir los movimientos del proletariado –y los previno, aunque haciéndolo tenía necesariamente que derrumbarse como partido–.

Sólo después de una ingente cantidad de « educación » de partido podrían las masas ser decisivamente derrotadas durante años. ¿De qué otra manera se explicará que la conciencia de clase de las masas retrocedió continuamente con el crecimiento de los partidos y su influencia? ¿Cómo se explicará, por otra parte, que incluso en Rusia, donde el partido revolucionario « podría montarse sobre un carro de heno », los obreros y campesinos llevaron a cabo su revolución sin haber sido « educados » para ello? De hecho, condujeron la revolución hasta el final con mayor esmero donde los « educadores » eran completamente deficientes. Las masas, que dieron los pasos para expropiar las fábricas contra la voluntad de los bolcheviques, forzaron primero a Lenin a dar la orden para la nacionalización. Nadie puede negar esto sin falsificar la historia. No fue el demagogo Hitler quien destruyó el Partido comunista alemán y la socialdemocracia, sino las masas mismas, en parte activamente y en parte a través de la inactividad. Puesto que estos partidos habían adoptado una posición insostenible: no representaban el interés de los obreros, y no se conformaron con los intereses de la burguesía. Esta última, que no podría enlazar sus ambiciones imperialistas con las de Moscú y su campaña militarista, tuvo que imponerse en tales proporciones y a tal ritmo como no podrían estar asegurados por un « movimiento obrero » circunscrito a la tradición. El papel de estos partidos fue simplemente el papel que la burguesía les permitió. El hecho de que los movimientos espontáneos son muchas veces incapaces de afirmarse no es ninguna prueba de su inexistencia. El diluvio puede, ciertamente, se evitado mediante un dique, pero el dique no puede suprimirlo. Acerca de cuánto tiempo puede represarse el diluvio, depende de los medios a disposición de los constructores del dique. Las limitaciones de estos medios bajo el capitalismo son bien conocidas. El diluvio de la sublevación espontánea de masas se llevará por delante todos los diques.

La idea de Hook de que la doctrina de la espontaneidad puede ser y es utilizada como « una justificación para la política de división y ruptura cismática » (p.154) es incomprensible. Como si las divisiones saltasen por la voluntad de los disidentes en lugar de por la naturaleza de las organizaciones dentro de la sociedad capitalista. ¿Pero, dejando este factor a un lado, que será, según la concepción de Hook, de la revolución proletaria cuando ya es totalmente imposible edificar partidos influyentes, fuertes, que sean « decisivos » en la lucha de clases? ¿Qué será de la revolución cuándo la clase dominante ha tenido éxito destruyendo todos los « gigantes » –los dirigentes, los partidos, la educación comunista, etc.– y en privarlos permanentemente de la posibilidad de ejercer sus funciones? Desde el punto de vista de Hook, la única respuesta es que entonces no puede simplemente haber ninguna revolución. La revolución, de acuerdo con el, es, en último análisis –como quiera que esto pueda sonar a chiste–, dependiente de la indulgencia democrática de la burguesía. Justo como para el Sr. G.D.H. Cole, por ejemplo, las perspectivas de socialismo han declinado como resultado de la crisis capitalista, y considera que el socialismo se desarrolla mucho mejor a partir de la prosperidad capitalista, lo mismo para Hook, aunque no reconocidamente, la existencia de la democracia es la presuposición para la revolución proletaria (no hace falta decir que el movimiento obrero ilegal no puede ser comprendido en el concepto hookiano del partido). En ambos casos, para Hook como para Cole, es la conciencia intelectual la que triunfa convenciendo al mundo, o por lo menos a un porcentaje preponderante de los trabajadores, de las bendiciones del socialismo o de la belleza de la revolución, y por consiguiente ambos sean « deseados ». Esta actitud de maestría escolar puede concordar con el curso de la instrucción política, pero con respecto a la revolución sólo puede producir un efecto cómico.

El análisis de Marx de las leyes capitalistas de acumulación termina en la revolución proletaria. No hace falta decir que para Marx no había ningún problema puramente económico. Mucho antes de que el desarrollo capitalista haya alcanzado el punto final económico fijado por las consideraciones teóricas, las masas ya habrán puesto fin al sistema. La crisis cíclica se convierte en crisis permanente, una condición en la que el capitalismo es todavía capaz de existir sólo a través del continuo y absoluto empobrecimiento del proletariado. Este periodo, una fase histórica entera, compele a la burguesía al terrorismo permanente contra la población obrera, dado que bajo tales condiciones cualquier disminución de la ganancia por la vía de la lucha de clases pone en cuestión más y más el sistema mismo. El proceso de concentración también ha creado la base para la dominación de la burguesía, tan estrecha que una práctica social relativamente exenta de fricción sólo es aún posible por medio de la dictadura abierta. El final de la democracia ha llegado. Con él también desaparecen las organizaciones obreras circunscritas a la democracia, la libertad de palabra y de prensa, etc. Cuanto más se alarga la vida del capitalismo, más profunda la crisis y más afilado el terrorismo. Esta necesidad capitalista no puede eludirse por medio de la democracia. La misma salvaguarda de la « democracia formal » compele la caída del capitalismo, por lo que naturalmente la democracia capitalista se convierte en algo del pasado. El fin de la democracia envuelve el final del movimiento obrero en el sentido hookiano; él ya no tiene nada que hacer sino despedirse desilusionado de los obreros que fallaron a escucharle lo suficientemente pronto. La historia mundial se detiene porque los obreros mismos no se dejaron « educar ».

Pero el concepto de espontaneidad también se adecuará a esta situación. La crisis permanente agudiza la lucha de clases en la misma medida en que suprime esa lucha. El zarismo no sólo explicó el retraso de la Revolución rusa sino al mismo tiempo su poder maravilloso y terrible cuando estalló, a pesar de la ausencia de « educadores » y de organizaciones preponderantes. La acción era simultáneamente la organización, los luchadores activos eran sus propios dirigentes. ¿Quien fue el que « persuadió » en las masas la concepción de los soviets? ¿No nació de las relaciones mismas? ¿De las masas y de sus necesidades? Sólo después de que los hubiesen formado, los soviets empezaron a ser discutidos por los « educadores ». La lucha de clases es el movimiento de la sociedad de clases. Pueden destruirse organizaciones, asesinarse a los dirigentes, la educación transformada en barbarismo; pero no pueden enajenar la lucha de clases, excepto dejando aparte las clases. La misma destrucción de la organización obrera legal es una mejor indicación que cualquier otra de la profundización de la lucha de clases, aunque esto no es proclamar la calidad revolucionaria de los partidos destruida.

No hay, sin embargo, ningún punto fijado en el tiempo para la revolución. Aunque uno sostenga que la revolución será inevitable, nada se ha dicho con eso en lo que estima a su tiempo de llegada. Y cualquier argumento al efecto de que el Estado fascista es inevitable es un sinsentido, sirviendo meramente para ocultar la traición perpetrada por la Tercera Internacional. En 1918, por ejemplo, se había vuelto posible para la socialdemocracia suprimir el movimiento de consejos con la sangre de los obreros. Podría haber sido igualmente el caso opuesto, y sólo posteriormente se volvió claro que lo anterior ocurrió en lugar de lo último. El factor del « accidente », de la « dirección », etc. es innegable y no será negado, pero uno también debe reconocer sus límites y su papel cambiante en el proceso histórico. Así como era posible en 1923 para el Partido Comunista de Alemania apartar a las masas del levantamiento revolucionario, podría también igualmente haber fracasado en ese esfuerzo. La revolución fue pospuesta, pero meramente pospuesta. Puede también estallar prematuramente, y de este modo complicar su propio curso. Pero prematura o retrasada, la revolución –la locomotora de la historia– y con ella la sociedad comunista, se afirma de la necesidad, y se lleva a cabo por los obreros mismos, pues el curso previo de la historia ha creado un estado que no permite otra solución, porque esa solución es idéntica a las necesidades de la vida presente de la mayoría de la humanidad. Y la revolución proletaria, mientras cambia el mundo, no descuidará educar a los pasmados « educadores ».

Notas

[1] Sidney Hook, Hacia la comprensión de Karl Marx. (John Day Company, New York, 1933).

[*] La apreciación de Mattick puede llevar a confusión, puesto que condensa en una afirmación lo que el proletariado es en potencia y a la vez en realidad. En su actualidad, el proletariado es la negación de la propiedad privada en cuanto está desposeído de los medios de producción de su vida. Pero también, a causa del desarrollo de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, y de la contradicción interna de estas relaciones -el antagonismo entre las clases-, está compelido históricamente a superar la propiedad privada capitalista y la sociedad de clases en general. Así lo concebía Marx:

« Inversamente, el proletariado, en tanto que proletariado, se encuentra forzado a trabajar por su propia supresión y, por consecuencia, por la de la propiedad privada, es decir, de la condición que hace de él el proletariado. (…) Por la contradicción que existe entre su naturaleza humana y su situación, que constituye la negación franca, neta y absoluta de esa naturaleza. (…) En el proletariado plenamente desarrollado se hace abstracción de toda humanidad, hasta de la apariencia de la humanidad; en las condiciones de existencia del proletariado se condensan, en su forma más inhumana, todas las condiciones de existencia de la sociedad actual; el hombre se ha perdido a sí mismo, pero, al mismo tiempo, no sólo ha adquirido conciencia teórica de esa pérdida, sino que se ha visto constreñido directamente, por la miseria en adelante ineluctable, imposible de paliar, absolutamente imperiosa -por la expresión práctica de la necesidad-, a rebelarse contra esa inhumanidad; y es por todo esto que el proletariado puede libertarse a sí mismo. Pero él no puede liberarse sin suprimir sus propias condiciones de existencia. No puede suprimir sus propias condiciones de existencia sin suprimir todas las condiciones de existencia humanas de la sociedad actual que se condensan en su situación. No en vano pasa por la escuela ruda, pero fortificante, del trabajo. No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aun el proletariado íntegro, se propone momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser. Su finalidad y su acción histórica le están trazadas, de manera tangible e irrevocable, en su propia situación de existencia, como en toda la organización de la sociedad burguesa actual. » (La Sagrada Familia).

« Dónde reside, entonces, la posibilidad positiva de emancipación alemana?

Respuesta: en la formación de una clase con cadenas radicales, de una clase de la sociedad civil que no sea una clase de la sociedad civil; de un Estado que sea la disolución de los Estados; de una esfera que posea un carácter universal por lo universal de sus sufrimientos, y que no reclame para sí ningún derecho especial, puesto que contra ella no se ha cometido ningún desafuero en particular, sino el desafuero en sí, absoluto. Una clase a la que le resulte imposible apelar a ningún título histórico, y que se limite a reivindicar su título humano. Que no se encuentre en contradicción unilateral con sus consecuencias, sino en omnilateral contraposición con las premisas del Estado alemán; de una esfera, finalmente, que no pueda emanciparse sin emanciparse en el resto de las esferas de la sociedad y, simultáneamente, emanciparlas a todas ellas; que sea, en una palabra, la pérdida completa del hombre. Esta descomposición de la sociedad, en cuanto clase particular, es el proletariado.

(…) Cuando el proletariado proclama la disolución del orden universal precedente, no hace más que pregonar el secreto de su propia existencia, ya que él es la disolución de hecho de ese orden universal. Cuando el proletariado reclama la negación de la propiedad privada, no hace más que elevar a principio de la sociedad lo que la sociedad ha elevado a principio suyo, lo que ya está personificado en él, sin intervención suya, como resultado negativo de la sociedad. » (Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel).

[2] Las comillas en las que Marx incluye sus « accidentes » muestran el sentido estricto en que desea haberlos considerado. La palabra primera (zuerst) hacia el final del pasaje enfatiza esto todavía más (la palabra se omite en el texto de Hook). Las cursivas son mías.

[3] Nos llevaría demasiado tiempo desarrollar más plenamente la teoría marxiana de la acumulación y el derrumbe. Este asunto se tratará extensamente en otra parte.

[4] Potemkin era Primer Ministro bajo Catherina de Rusia. Cuando la Zarina hizo un viaje a través de las provincias, Potemkin tenía fachadas artificiales de pueblos construidas a lo largo de su curso para hacerle creer que todo era leche y miel en sus dominios. El nombre del ministro, en consecuencia, se ha vuelto un sinónimo para « espurio ».

[#] « If Hook discards Lenin’s mechanism, he does now eschew the errors to which this mechanism gives rise ». El verbo « eschew » en tercera persona singular tiene terminación en s (eschews), el auxiliar « does » está presente tras el pronombre « he », y la conjunción « if » determina el significado del conjunto de la oración. Por todo lo cual, y de acuerdo con el conjunto del folleto –sobre todo las últimas partes que trataan acerca de la concepción de la espontaneidad–, lo más probable y aceptable es que lo que Mattick afirma en esta oración es que Hook, aunque descarta el mecanicismo de Lenin, « NO evita los errores » del mismo en la comprensión de la sociedad, la lucha de clases, el movimiento obrero y la revolución.

[5] La Nueva República, Feb. 28, 1934.

[6] Compara, en adición al libro de Hook, también su artículo en el número de abril (1934) de El Mensual Moderno: « Comunismo sin dogmas ».

[7] Der Radikalism us in der deutschen Irbeiterbewegung (Jena 1923).

[8] « Comunismo sin dogmas ». Los números de página entre paréntesis hacen referencia a este artículo.

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